
Los padres de Toole estaban cerca
de los 40 años cuando tuvieron a su primer y único hijo.
El padre había sido mecánico y
vendedor de coches, hasta que una sordera y el deterioro de su salud, le
obligaron a prejubilarse.
La madre, una mujer algo
extravagante, muy dominante y sumamente narcisista, complementaba los ingresos
familiares dando clases de música.
Toole tuvo una infancia muy
protegida, dominada por su madre Thelma, que se volcó con gran energía en
cuidar y proporcionar una buena educación a su hijo.
Pero al mismo tiempo le
sobreprotegía, controlaba estrechamente todas sus actividades, le seguía a
todos lados y raramente le dejaba jugar con otros niños.
Cuando empezó a escribir su diario
y a desarrollar su faceta literaria, Toole tenía que pegar, sobre las tapas de
sus cuadernos, carteles que rezaban: "MAMÁ,
por favor no toques”.
Thelma anunció a todo el mundo que
su hijo era un genio.
Y en realidad, Toole resultó ser un
chico bastante precoz en su capacidad literaria, como lo demuestra el hecho de
que escribiese su primera novela, “La Biblia de Neón”, cuando tenía 16 años.
Tool mandó la novela a un concurso
literario, pero después de perder, decidió archivarla para siempre, pues
consideraba que probablemente era una novela demasiado inmadura -aunque
finalmente sería publicada 20 años después de su muerte.
"Si eras
diferente a todos en el pueblo, tenías que marcharte.
Es por eso que
todos eran tan parecidos.
La forma en
que hablaban, lo que hacían, lo que les gustaba, lo que odiaban.
Solían
decirnos en la escuela que debíamos pensar por nosotros mismos, pero no podías
hacer eso en el pueblo.
Tenías que
pensar lo que tu padre pensó toda su vida, y eso era lo que todo el mundo
pensaba".
Toole estudió en la Universidad de Tulane,
donde se graduó con honores en lengua inglesa.
Después, pasó un año como profesor
asistente de inglés en la Universidad
de Lafayette, donde llegó a ser un profesor bastante popular, conocido por su
ingenio y su capacidad para los chistes y las imitaciones.
Sin embargo, él no acababa de
sentirse cómodo en una comunidad demasiado cerrada y estancada.
Se trasladó a Nueva York para intentar
obtener un doctorado en la Universidad de Columbia, pero no lo acabó, porque
tuvo que acudir a filas en el Ejército, donde sirvió dos años en Puerto Rico, enseñando
inglés a los reclutas hispano-hablantes.
Durante estos años, primero en la Universidad y luego
durante el servicio militar, Toole dedicó casi todo su tiempo libre a
encerrarse en un cuarto para sacar adelante su segunda novela.
Se esforzó tanto como pudo, no
ahorró tiempo ni dedicación, puso lo mejor de su ingenio e inspiración.
Y creó una extraordinaria novela
que llamó “La Conjura
de los Necios”.
Se trata de una disparatada, ácida
y divertida novela, en parte autobiográfica, que retrata el oscuro y cómico
personaje Ignatius J. Reilly, un antihéroe moderno, de hábitos personales casi
tan repulsivos como su propio ego y apetito.
En este momento, Tool se encontraba
en un nivel elevado de confianza y expectativas de éxito.
Escribió a sus padres:
"Sabéis que mi
deseo más grande es ser escritor y finalmente siento que estoy escribiendo algo
que es más que simplemente legible".
Después de pasar por el ejército,
Toole regresó a Nueva Orleans para vivir con sus padres y comenzar a enseñar en
el Colegio Dominicano.
Desde allí, envió su manuscrito a la editorial Simon and
Schuster.
El editor que lo leyó le recomendó
que mejorase la resolución de los diferentes hilos de la trama para que no
pareciesen “simples episodios unidos de
forma ingeniosa”.
Tool no se desanimó por esta
respuesta, sino que redobló su esfuerzo y de inmediato se puso a reescribir la
novela siguiendo los consejos del editor.
Al cabo de unos meses, le volvió a
mandar el manuscrito, y esta vez la respuesta del editor fue que “El libro está mucho mejor. Pero todavía no
está bien".
Entonces Tool le mandó su
manuscrito a otra editorial para tener otra opinión diferente.
Y la respuesta que obtuvo fue la
siguiente:
"La novela es
salvajemente divertida, más divertida que casi cualquier otra; sin embargo, no
trata realmente de nada. Y eso es algo sobre lo que no se puede hacer nada al
respecto”.
De modo que este editor también
rechazó publicar la obra.
Toole comenzó a sentirse cada vez
más desconsolado, pero todavía hizo algunos intentos más por publicar su obra.
De nuevo, sólo encontró negativas y
rechazos de las editoriales.
Los personajes de la novela de
Toole, especialmente el personaje central, Ignatius J. Reilly, son marginados
sociales, personas excéntricas. Pese a todo, tienen la capacidad de sobrevivir
a la adversidad, incluso de vivir deleitándose en medio de las contrariedades y
de la desaprobación general.
Pero Toole no mostró la misma
capacidad de resistencia que sus personajes.
El sucesivo rechazo de las
editoriales a publicar su obra, y la frustración por vivir una vida que no
deseaba, llevó a Toole a un rápido deterioro físico y mental.
Perdió toda esperanza de ver
publicado su libro.
Y se sumió en una honda depresión.
Comenzó a beber abundantemente.
Empezó a tomar medicamentos para
los crecientes dolores de cabeza que sufría.
Se puso cada vez más gordo.
Su comportamiento y su vestimenta
se hicieron cada vez más excéntricos.
Y sus alumnos, que antaño admiraban
su gracia e ingenio, ahora comenzaron a quejarse de su permanente mal humor y
su tendencia a despotricar de todo.
Al final, la mayoría de ellos acabó
evitando sus clases, y Toole tuvo que dejar de enseñar en los dominicanos.
Cuando le comunicó a su madre que
no volvería a dar clases, ella lo tomó como una afrenta personal.
Entonces, la situación se volvió verdaderamente
insoportable.
Un día del año 1969, después de una
pelea con su madre, Kennedy Toole, a los 32 años, desapareció.
Los recibos que después se
encontrarían en su coche indican que estuvo conduciendo hasta la Costa Oeste,
después fue a Georgia y finalmente volvió a Nueva Orleáns.
Encaminó su coche hasta un oscuro y
solitario paraje en las afueras de esta ciudad.
Se encerró dentro del auto.
Puso un extremo de una manguera de
jardín en el tubo de escape de su coche y el otro en la ventanilla del
conductor.
Apretó el acelerador.
Y llenó sus pulmones de gas hasta
morir por asfixia.
Cinco años más tarde, después de
que su marido muriese, una ya anciana Thelma Toole encontró el manuscrito de la “La Conjura de los Necios”, escrita
por su hijo.
Entonces decidió invertir todas sus
energías en intentar encontrar un editor que quisiera publicarla.
Pero al igual que le había sucedido
a su hijo, Thelma se encontró con el sucesivo muro de rechazo de todas las
editoriales a las que se dirigió.
Tuvieron que pasar otros 6 años
más, hasta que Thelma consiguió convencer a un autor, Walker Percy, para que
leyese el manuscrito de “La
Conjura de los Necios”.
De acuerdo con la descripción del
propio Percy, al principio se resistió a hacerlo, pero Thelma estuvo
persiguiéndole mediante insistentes llamadas durante varias semanas.
Finalmente, se presentó en su
oficina, amenazando con no marcharse hasta que el profesor leyese el manuscrito
de su hijo.
Persy acabó cediendo y accedió a
leer el manuscrito.
Según escribiría después, lo hizo
con la secreta esperanza de poder rechazar la obra después de haber leído una o
dos páginas, pues "si había algo que
no quería hacer era precisamente esto, lidiar con la madre de un novelista
muerto, y para peor, lidiar con un manuscrito que según ella era `fantástico”.
Sin embargo, Percy quedó tan
deslumbrado y atónito por la genialidad de la novela, que a medida que avanzaba
en su lectura no podía dejar de seguir leyendo.
Llegó a verse completamente absorto
por la misma, llamando incluso la atención de la gente por las carcajadas que le
provocaba.
Percy decidió escribir él mismo el
prólogo para el libro y luego convenció a una editorial para que la publicara,
cosa que sucedió en 1980.
Inmediatamente la obra se convirtió
en un extraordinario éxito de crítica y de ventas.
Fue traducida a más de 20 idiomas.
Y Toole y su obra recibieron
póstumamente el Premio Pullitzer de ficción, al año siguiente.
Actualmente son muchos los que
consideran a Ignatius J. Really como uno de los mejores personajes literarios
jamás creados, y a la
“Conjura de los Necios” como una de las obras cumbre
mundiales de la novela satírica.
¿Pero cómo pudo suceder que el
genio capaz de crear semejante obra descomunal cayese en tal estado de
desesperación que llegase a quitarse la vida antes de poder disfrutar de los laureles
del éxito?
John Kennedy Toole había elaborado
sus planes de vida cuando todavía era muy joven.
Sería un gran escritor.
Tendría éxito.
Saldría del pequeño pueblo en el
que se sentía ahogado.
Y viviría la vida que deseaba
vivir.
Durante años se preparó para
alcanzar este objetivo.
Y mientras creyó estar progresando
adecuadamente hacia el mismo, no le importó el esfuerzo, el sacrificio y la
dedicación que tuvo que realizar para poder crear su gran obra literaria.
Ganar un sueldo ínfimo, trabajar
muchas horas, vivir de un modo diferente a sus ideales, no fue motivo de
aflicción.
Por el contrario, desarrolló un
fino ingenio y un sentido del humor que le ayudaron a sobrellevar la situación,
al mismo tiempo que le granjeaban la simpatía y la afición de muchos de quienes
le rodeaban.
Una vez completada su obra, Toole
se encontró con dificultades que no había previsto para su publicación.
Sin embargo, no se derrumbó ante el
primer rechazo, sino que atendió las recomendaciones del editor a quien había
enviado su manuscrito, y reescribió la obra para intentar corregir los fallos
que le señalaba.
Pero a medida que las respuestas
negativas de las editoriales fueron acumulándose, Toole comenzó a perder
progresivamente confianza en sí mismo.
Empezó a dudar de sus propios
planes, y se deprimió.
Sabía que no era fácil que un autor
novel publicase una obra, pero no había imaginado que fuese a resultar una
tarea casi imposible.
En ese momento Toole podía
simplemente haberse rendido y aceptado la situación.
Esa es la reacción de la mayoría de
las personas.
Cuando sus grandes sueños de
juventud se encuentran con dificultades que parecen insalvables, cambian sus
planes y se amoldan a objetivos más modestos y que parecen más fácilmente
alcanzables.
En la medida en que asumen esos
cambios y los aceptan, no caerán en la depresión –aunque por otro lado, tal vez
nunca lleguen a tener la vida que habían imaginado.
El problema de Toole es que no veía
más alternativas.
O las alternativas que tenía, le
parecían inaceptables.
Estaba profundamente insatisfecho
con su vida actual.
Y solo la había soportado en la
medida en que creía estar progresando adecuadamente hacia otras metas
distintas.
Pero cuando perdió la esperanza de
poder alcanzar esas metas, todo su mundo se hundió, y le pareció que no tenía
sentido continuar viviendo.
Después de enfrentar la cadena de
rechazos de las editoriales, Tool
escribió:
“No hubo recompensa, no
hubo zanahoria. Ahí me di cuenta de que ya estaba caminando, lejos de mi
voluntad, por la otra senda”.
Tool
había perdido toda esperanza.
Se había
convencido de que el fracaso era definitivo.
Y ese
fracaso le llenó de un inmenso sentimiento de frustración y abatimiento.
La depresión de Toole no fue
adaptativa, sino completamente contraproducente.
Cuando necesitaba la máxima
energía, para ser capaz de encontrar caminos alternativos que le condujesen
hasta sus metas, la depresión le hundió en la parálisis y el abatimiento.
Cuando requería de optimismo, iniciativa
y determinación, cayó en el pesimismo, la desesperanza y la autodestrucción.
Una estatua del más famoso
personaje de Toole, Ignatius Reilly, puede ser
vista actualmente en una calle de Nueva Orleáns.
Una estatua que Toole nunca llegará
a ver.
Tampoco podrá disfrutar de la fama
y la gloria de su genial obra.
No conocerá los oropeles del éxito
y el reconocimiento masivo.
Y nunca podrá experimentar el
placer intelectual de quien, finalmente, tras una ardua y prolongada lucha,
consigue demostrar su mérito y su valía.
La esperanza y la fe nos ayudan a alcanzar
nuestras metas.
Nos proveen del poder y la fuerza
interior que necesitamos para continuar la lucha, no importa cuántos necios se
conjuren para hacernos fracasar.
Recordemos siempre lo que dijo una vez H. Ross Perot: “La
mayoría de las personas abandona justo cuando está a punto de conseguir el
éxito. Lo deja a un metro de la meta. Lo deja en el último momento del partido,
a un punto de la victoria”.
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