viernes, 29 de noviembre de 2013

Cuando los necios se conjuran y la esperanza se pierde

John Kennedy Toole nació en la tradicional y multicultural ciudad de Nueva Orleans, Luisiana, en 1937.
Los padres de Toole estaban cerca de los 40 años cuando tuvieron a su primer y único hijo.
El padre había sido mecánico y vendedor de coches, hasta que una sordera y el deterioro de su salud, le obligaron a prejubilarse.
La madre, una mujer algo extravagante, muy dominante y sumamente narcisista, complementaba los ingresos familiares dando clases de música. 
Toole tuvo una infancia muy protegida, dominada por su madre Thelma, que se volcó con gran energía en cuidar y proporcionar una buena educación a su hijo.
Pero al mismo tiempo le sobreprotegía, controlaba estrechamente todas sus actividades, le seguía a todos lados y raramente le dejaba jugar con otros niños.
Cuando empezó a escribir su diario y a desarrollar su faceta literaria, Toole tenía que pegar, sobre las tapas de sus cuadernos, carteles que rezaban: "MAMÁ, por favor no toques”.
Thelma anunció a todo el mundo que su hijo era un genio.
Y en realidad, Toole resultó ser un chico bastante precoz en su capacidad literaria, como lo demuestra el hecho de que escribiese su primera novela, “La Biblia de Neón”, cuando tenía 16 años.
Tool mandó la novela a un concurso literario, pero después de perder, decidió archivarla para siempre, pues consideraba que probablemente era una novela demasiado inmadura -aunque finalmente sería publicada 20 años después de su muerte.
La Biblia de Neón es la historia de un niño en un pequeño pueblo del sur de los Estados Unidos, en la década de los cuarenta, en la que Toole narra sus propios sentimientos respecto al entorno en el que vivía:
"Si eras diferente a todos en el pueblo, tenías que marcharte.
Es por eso que todos eran tan parecidos.
La forma en que hablaban, lo que hacían, lo que les gustaba, lo que odiaban.
Solían decirnos en la escuela que debíamos pensar por nosotros mismos, pero no podías hacer eso en el pueblo.
Tenías que pensar lo que tu padre pensó toda su vida, y eso era lo que todo el mundo pensaba".
Toole estudió en la Universidad de Tulane, donde se graduó con honores en lengua inglesa.
Después, pasó un año como profesor asistente de inglés en la Universidad de Lafayette, donde llegó a ser un profesor bastante popular, conocido por su ingenio y su capacidad para los chistes y las imitaciones.
Sin embargo, él no acababa de sentirse cómodo en una comunidad demasiado cerrada y estancada.
Se trasladó a Nueva York para intentar obtener un doctorado en la Universidad de Columbia, pero no lo acabó, porque tuvo que acudir a filas en el Ejército, donde sirvió dos años en Puerto Rico, enseñando inglés a los reclutas hispano-hablantes.
Durante estos años, primero en la Universidad y luego durante el servicio militar, Toole dedicó casi todo su tiempo libre a encerrarse en un cuarto para sacar adelante su segunda novela.
Se esforzó tanto como pudo, no ahorró tiempo ni dedicación, puso lo mejor de su ingenio e inspiración.
Y creó una extraordinaria novela que llamó “La Conjura de los Necios”.
Se trata de una disparatada, ácida y divertida novela, en parte autobiográfica, que retrata el oscuro y cómico personaje Ignatius J. Reilly, un antihéroe moderno, de hábitos personales casi tan repulsivos como su propio ego y apetito.
En este momento, Tool se encontraba en un nivel elevado de confianza y expectativas de éxito.
Escribió a sus padres:
"Sabéis que mi deseo más grande es ser escritor y finalmente siento que estoy escribiendo algo que es más que simplemente legible".
Después de pasar por el ejército, Toole regresó a Nueva Orleans para vivir con sus padres y comenzar a enseñar en el Colegio Dominicano.
Desde allí, envió su manuscrito a la editorial Simon and Schuster.
El editor que lo leyó le recomendó que mejorase la resolución de los diferentes hilos de la trama para que no pareciesen “simples episodios unidos de forma ingeniosa”.
Tool no se desanimó por esta respuesta, sino que redobló su esfuerzo y de inmediato se puso a reescribir la novela siguiendo los consejos del editor.
Al cabo de unos meses, le volvió a mandar el manuscrito, y esta vez la respuesta del editor fue que “El libro está mucho mejor. Pero todavía no está bien".
Entonces Tool le mandó su manuscrito a otra editorial para tener otra opinión diferente.
Y la respuesta que obtuvo fue la siguiente:
"La novela es salvajemente divertida, más divertida que casi cualquier otra; sin embargo, no trata realmente de nada. Y eso es algo sobre lo que no se puede hacer nada al respecto”.
De modo que este editor también rechazó publicar la obra.
Toole comenzó a sentirse cada vez más desconsolado, pero todavía hizo algunos intentos más por publicar su obra.
De nuevo, sólo encontró negativas y rechazos de las editoriales.
Los personajes de la novela de Toole, especialmente el personaje central, Ignatius J. Reilly, son marginados sociales, personas excéntricas. Pese a todo, tienen la capacidad de sobrevivir a la adversidad, incluso de vivir deleitándose en medio de las contrariedades y de la desaprobación general.
Pero Toole no mostró la misma capacidad de resistencia que sus personajes.
El sucesivo rechazo de las editoriales a publicar su obra, y la frustración por vivir una vida que no deseaba, llevó a Toole a un rápido deterioro físico y mental.
Perdió toda esperanza de ver publicado su libro.
Y se sumió en una honda depresión.
Comenzó a beber abundantemente.
Empezó a tomar medicamentos para los crecientes dolores de cabeza que sufría.
Se puso cada vez más gordo.
Su comportamiento y su vestimenta se hicieron cada vez más excéntricos.
Y sus alumnos, que antaño admiraban su gracia e ingenio, ahora comenzaron a quejarse de su permanente mal humor y su tendencia a despotricar de todo.
Al final, la mayoría de ellos acabó evitando sus clases, y Toole tuvo que dejar de enseñar en los dominicanos.
Cuando le comunicó a su madre que no volvería a dar clases, ella lo tomó como una afrenta personal.
Entonces, la situación se volvió verdaderamente insoportable.
Un día del año 1969, después de una pelea con su madre, Kennedy Toole, a los 32 años, desapareció.
Los recibos que después se encontrarían en su coche indican que estuvo conduciendo hasta la Costa Oeste, después fue a Georgia y finalmente volvió a Nueva Orleáns.
Encaminó su coche hasta un oscuro y solitario paraje en las afueras de esta ciudad.
Se encerró dentro del auto.
Puso un extremo de una manguera de jardín en el tubo de escape de su coche y el otro en la ventanilla del conductor.
Apretó el acelerador.
Y llenó sus pulmones de gas hasta morir por asfixia.
Cinco años más tarde, después de que su marido muriese, una ya anciana Thelma Toole encontró el manuscrito de la “La Conjura de los Necios”, escrita por su hijo.
Entonces decidió invertir todas sus energías en intentar encontrar un editor que quisiera publicarla.
Pero al igual que le había sucedido a su hijo, Thelma se encontró con el sucesivo muro de rechazo de todas las editoriales a las que se dirigió.
Tuvieron que pasar otros 6 años más, hasta que Thelma consiguió convencer a un autor, Walker Percy, para que leyese el manuscrito de “La Conjura de los Necios”.
De acuerdo con la descripción del propio Percy, al principio se resistió a hacerlo, pero Thelma estuvo persiguiéndole mediante insistentes llamadas durante varias semanas.
Finalmente, se presentó en su oficina, amenazando con no marcharse hasta que el profesor leyese el manuscrito de su hijo.
Persy acabó cediendo y accedió a leer el manuscrito.
Según escribiría después, lo hizo con la secreta esperanza de poder rechazar la obra después de haber leído una o dos páginas, pues "si había algo que no quería hacer era precisamente esto, lidiar con la madre de un novelista muerto, y para peor, lidiar con un manuscrito que según ella era `fantástico”.
Sin embargo, Percy quedó tan deslumbrado y atónito por la genialidad de la novela, que a medida que avanzaba en su lectura no podía dejar de seguir leyendo.
Llegó a verse completamente absorto por la misma, llamando incluso la atención de la gente por las carcajadas que le provocaba.
Percy decidió escribir él mismo el prólogo para el libro y luego convenció a una editorial para que la publicara, cosa que sucedió en 1980.
Inmediatamente la obra se convirtió en un extraordinario éxito de crítica y de ventas.
Fue traducida a más de 20 idiomas.
Y Toole y su obra recibieron póstumamente el Premio Pullitzer de ficción, al año siguiente.
Actualmente son muchos los que consideran a Ignatius J. Really como uno de los mejores personajes literarios jamás creados, y a la “Conjura de los Necios” como una de las obras cumbre mundiales de la novela satírica.
¿Pero cómo pudo suceder que el genio capaz de crear semejante obra descomunal cayese en tal estado de desesperación que llegase a quitarse la vida antes de poder disfrutar de los laureles del éxito?
John Kennedy Toole había elaborado sus planes de vida cuando todavía era muy joven.
Sería un gran escritor.
Tendría éxito.
Saldría del pequeño pueblo en el que se sentía ahogado.
Y viviría la vida que deseaba vivir.
Durante años se preparó para alcanzar este objetivo.
Y mientras creyó estar progresando adecuadamente hacia el mismo, no le importó el esfuerzo, el sacrificio y la dedicación que tuvo que realizar para poder crear su gran obra literaria.
Ganar un sueldo ínfimo, trabajar muchas horas, vivir de un modo diferente a sus ideales, no fue motivo de aflicción.
Por el contrario, desarrolló un fino ingenio y un sentido del humor que le ayudaron a sobrellevar la situación, al mismo tiempo que le granjeaban la simpatía y la afición de muchos de quienes le rodeaban.
Una vez completada su obra, Toole se encontró con dificultades que no había previsto para su publicación.
Sin embargo, no se derrumbó ante el primer rechazo, sino que atendió las recomendaciones del editor a quien había enviado su manuscrito, y reescribió la obra para intentar corregir los fallos que le señalaba.
Pero a medida que las respuestas negativas de las editoriales fueron acumulándose, Toole comenzó a perder progresivamente confianza en sí mismo.
Empezó a dudar de sus propios planes, y se deprimió.
Sabía que no era fácil que un autor novel publicase una obra, pero no había imaginado que fuese a resultar una tarea casi imposible.
En ese momento Toole podía simplemente haberse rendido y aceptado la situación.
Esa es la reacción de la mayoría de las personas.
Cuando sus grandes sueños de juventud se encuentran con dificultades que parecen insalvables, cambian sus planes y se amoldan a objetivos más modestos y que parecen más fácilmente alcanzables.
En la medida en que asumen esos cambios y los aceptan, no caerán en la depresión –aunque por otro lado, tal vez nunca lleguen a tener la vida que habían imaginado.
El problema de Toole es que no veía más alternativas.
O las alternativas que tenía, le parecían inaceptables.
Estaba profundamente insatisfecho con su vida actual.
Y solo la había soportado en la medida en que creía estar progresando adecuadamente hacia otras metas distintas.
Pero cuando perdió la esperanza de poder alcanzar esas metas, todo su mundo se hundió, y le pareció que no tenía sentido continuar viviendo.
Después de enfrentar la cadena de rechazos de las editoriales, Tool escribió:
No hubo recompensa, no hubo zanahoria. Ahí me di cuenta de que ya estaba caminando, lejos de mi voluntad, por la otra senda”.
Tool había perdido toda esperanza.
Se había convencido de que el fracaso era definitivo.
Y ese fracaso le llenó de un inmenso sentimiento de frustración y abatimiento.
La depresión de Toole no fue adaptativa, sino completamente contraproducente.
Cuando necesitaba la máxima energía, para ser capaz de encontrar caminos alternativos que le condujesen hasta sus metas, la depresión le hundió en la parálisis y el abatimiento.
Cuando requería de optimismo, iniciativa y determinación, cayó en el pesimismo, la desesperanza y la autodestrucción.
Una estatua del más famoso personaje de Toole, Ignatius Reilly, puede ser vista actualmente en una calle de Nueva Orleáns.
Una estatua que Toole nunca llegará a ver.
Tampoco podrá disfrutar de la fama y la gloria de su genial obra.
No conocerá los oropeles del éxito y el reconocimiento masivo.
Y nunca podrá experimentar el placer intelectual de quien, finalmente, tras una ardua y prolongada lucha, consigue demostrar su mérito y su valía.
La esperanza y la fe nos ayudan a alcanzar nuestras metas.
Nos proveen del poder y la fuerza interior que necesitamos para continuar la lucha, no importa cuántos necios se conjuren para hacernos fracasar.
Recordemos siempre lo que dijo una vez H. Ross Perot: “La mayoría de las personas abandona justo cuando está a punto de conseguir el éxito. Lo deja a un metro de la meta. Lo deja en el último momento del partido, a un punto de la victoria”.

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