
El experimento comenzó a finales de los
años 1960, cuando el investigador reunió a estos niños y les ofreció la
posibilidad de elegir entre tomar un dulce inmediatamente, o tomar dos dulces
si esperaban varios minutos.
Después de este ofrecimiento, el
investigador se ausentó y dejó que los niños actuasen según la decisión que
tomasen.
A continuación, Mischel realizó un
seguimiento de estos niños durante los 14 años siguientes.
Y lo que comprobó es que aquellos niños
que habían sido capaces de resistir el impulso de comer de forma inmediata,
habían sido capaces de desempeñarse en la vida de una forma mucho más exitosa
que quienes no lo hicieron.
Obtuvieron, como media, mejores
calificaciones académicas en sus años de estudios.
Desarrollaron un mayor grado de
confianza en sí mismos.
Mostraron un carácter más sereno y calmado.
Fueron capaces de afrontar el estrés
y manejar la frustración de manera más eficiente.
Y alcanzaron mayor popularidad entre
sus compañeros.
Por el contrario, los niños que
sucumbieron a la tentación de comer de forma inmediata, sufrieron en mayor
medida de baja autoestima, fueron más
tendentes a la frustración, y obtuvieron un menor grado de aprobación social.
Este experimento, al igual que muchos
otros que apuntan en la misma dirección, nos revela la importancia de la
capacidad de autocontrol para el éxito en todos los órdenes de la vida.
La
capacidad de autocontrol implica básicamente la capacidad de controlar,
al menos en cierta medida, los propios impulsos, por ejemplo para ser capaces
de dilatar las gratificaciones.
Las personas con escasa capacidad de
auto-control tienden a mostrar un exceso de impulsividad, o bien responden muy rápidamente a los
estímulos, sin detenerse a pensar mucho en la respuesta.
E incluso cuando lo hacen y reconocen
que existen riesgos o consecuencias negativas asociadas a esas respuestas, a
menudo sienten que no pueden evitar dejar de llevarlas a cabo.
La impulsividad puede adoptar casi
cualquier forma de conducta inquieta o hiperactiva.
Por ejemplo moverse nerviosamente.
O rascarse sin parar.
O estrujarse las espinillas.
O comerse las uñas.
O fumar imparablemente.
O comer descontroladamente galletitas,
patatas fritas u otro tipo de snacks.
La impulsividad también puede
manifestarse a través de los diferentes tipos de adicciones y conductas de tipo
compulsivo, que a menudo llenan de pacientes las clínicas de los psicólogos.
Todos estos comportamientos suelen
realizarse con un nivel de conciencia no demasiado elevado.
Por ejemplo, las personas que comen
compulsivamente, pueden quedarse sorprendidas al comprobar todo lo que han
devorado, una vez que han saciado su impulso de comer.
Durante el transcurso de la comilona,
parecen entrar en una especie de trance que les hace perder buena parte de su
conciencia y de su capacidad para cesar de comer.
Aunque quizás, después de haber
terminado, se sientan culpables y miserables.
Las investigaciones sugieren que
existe un componente genético en el nivel de impulsividad de las personas.
Y también que la impulsividad se
asocia a determinados factores ambientales y de otro tipo.
Por ejemplo, se sabe que los jóvenes y
adolescentes tienden a realizar a menudo conductas temerarias, como conducir de
forma demasiado arriesgada o comer de forma compulsiva hamburguesas de tres
pisos.
Desde una perspectiva evolutiva y en
un entorno ancestral, la impulsividad de los jóvenes probablemente fuese una
ventaja, ya que les empujaba a estar dispuestos a probar sus límites.
A desafiar el estatus de los mayores.
O incluso a abandonar el grupo
familiar para explorar nuevos terrenos y crear nuevos grupos en otras zonas.
También se sabe que la impulsividad
está asociada con el nivel de estatus de los individuos dentro del entorno
social en el que se mueven.
Las personas que ocupan los lugares
más bajos de las jerarquías sociales son más tendentes a las conductas
impulsivas, lo que de nuevo se justifica desde un punto de vista evolutivo.
Estas personas cuentan generalmente con
menos recursos internos y externos.
Por eso, al menos en un entorno
ancestral, necesitaban ser más rápidas para poder escapar de las amenazas que
les acechaban, y al mismo tiempo tener alguna oportunidad de acceder a los
recursos escasos disponibles.
Igualmente se sabe que se produce una
mayor tendencia a la impulsividad en épocas de estrés, como cuando comenzamos
un nuevo trabajo, nos mudamos, nos divorciamos, o nos encontramos en periodo de
exámenes.
Por ejemplo, un estudio halló que los
alumnos universitarios tienden a fumar, durante la época de exámenes, 7
cigarrillos más al día, toman 7 tazas de café más a la semana, consumen más
comida basura, se cepillan menos los dientes, se lavan menos el pelo, hacen
menos ejercicio y dejan más platos sin lavar, que en la época en que no tienen
exámenes.
Así que nos encontramos con que la
impulsividad, estrechamente vinculada con la escasa capacidad de autocontrol,
depende de factores tales como los genes, la edad, el estatus social o el nivel
de estrés que soportamos.
Pero ¿podemos hacer algo para
incrementar nuestra capacidad de autocontrol, más allá de estas circunstancias que
a menudo escapan a nuestro dominio?
En realidad sí.
En última instancia, todos los
factores que incrementan nuestra impulsividad y reducen nuestra capacidad de
autocontrol, sea cual sea su origen, se traducen desde un punto de vista
biológico en un mismo resultado.
Ese resultado es un decremento del
nivel del neurotransmisor serotonina en nuestro cerebro.
Cuando el nivel de serotonina baja, nos
sentimos más insatisfechos, irritables, impulsivos, obsesivos y con menor capacidad
de autocontrol.
Pues bien, la serotonina, al igual
que los demás neurotransmisores, funciona de acuerdo a lo que se denomina
“principio del doble determinismo”.
Este principio establece que los
efectos en la conducta que produce un neurotransmisor suelen ser casi siempre,
al mismo tiempo, causas del incremento de dicho agente cerebral.
Esto significa, para este caso, que podemos
influir positivamente en nuestra química cerebral, si llevamos a cabo de forma deliberada
conductas congruentes con un estado de elevado nivel de serotonina cerebral.
Podemos aprender a controlar las
manifestaciones fisiológicas de nuestro organismo, por ejemplo a través de la
práctica de técnicas de relajación o meditación, o simplemente mediante la
práctica intensa de ejercicio físico y adoptando un estilo de vida saludable.
Al hacerlo, activaremos el sistema
parasimpático, lo cual inducirá una realimentación en nuestro cerebro, que a su
vez activará una serie de respuestas involuntarias, produciendo en última
instancia un nuevo balance químico en nuestro cerebro.
Elevemos nuestro nivel de conciencia,
nuestro control emocional, nuestro dominio de nuestras propias respuestas biológicas
y mejoremos nuestro estilo de vida.
Al hacerlo, generaremos una nueva
realidad biológica en nuestro cerebro, que en última instancia se traducirá en
un mayor nivel de autocontrol sobre nosotros mismos y sobre nuestras propias
vidas.
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