martes, 1 de octubre de 2013

Nuestros buenos propósitos de cada año

Tras analizar las palabras de 300 millones de tweets durante tres años, un equipo de investigadores llegó a la conclusión de que el tercer lunes de enero suele ser el más triste y deprimente del año.
Los investigadores interpretaron que, probablemente, esto se debía a una combinación de factores.
En primer lugar, el lunes suele ser un día antipático para la mayoría de la gente.
Además, ese día de enero suele ser frío y gris.
Y todavía, a estas alturas del mes, existe un efecto de contraste frente a los días felices de las pasadas navidades.
A esto se une el hecho de que cae en una fecha del mes en la que el dinero empieza a escasear en muchos hogares.
Y lo más determinante de todo es el hecho de que ha pasado tiempo suficiente desde el 1 de enero para comprender que los buenos propósitos van a caer, un año más, en saco roto.
Y es que las personas tendemos a seguir siempre un patrón de comportamiento típico ante las situaciones de fracaso.
En un primer momento en que intentamos alcanzar cualquier clase de logro, si sentimos que contamos con las capacidades necesarias para conseguirlo, nos mostraremos confiados, y activados.
Eso es lo que suele suceder la noche del día 31 de diciembre de cada año, cuando millones de personas en todo el mundo festejan el fin de año en medio de la euforia, la fiesta y la felicidad.
Ese día, después de una buena cena y una alegre celebración regada en alcohol, nos sentimos completamente seguros de poder controlar nuestros destinos.
Y nos hacemos a nosotros mismos la firme promesa de poner en marcha una serie de cambios definitivos en nuestras vidas.
Nos sentimos desafiados a conseguir estos objetivos, confiados en que nuestros esfuerzos conseguirán alcanzar el éxito final.
Si nuestros primeros empeños se saldan con fracasos, generalmente reaccionaremos llevando a cabo un sobre-esfuerzo y poniendo en marcha diferentes estrategias destinadas a superar los obstáculos.
Si estos esfuerzos que realizamos para superar las dificultades resultan eficaces y los obstáculos son removidos, entonces nos sentiremos todavía más animosos y confiados.
Nuestro deseo crecerá, y estos sentimientos nos permitirán redoblar una vez más nuestros esfuerzos, invirtiendo recursos y energía en una meta que parece alcanzable.
Pero si los obstáculos persisten, o si el avance hacia los objetivos resulta más lento de lo previsto, entonces se producirá una caída de nuestro estado anímico.
Podemos comenzar a sentir un cierto temor a no poder alcanzar nuestros objetivos.
Finalmente, si llegamos a la conclusión de que nuestros esfuerzos son inútiles, acabamos resignándonos y conformándonos con el fracaso.
Caemos en una pequeña depresión.
Esta secuencia dura, para el caso que nos ocupa de las promesas formuladas en nochevieja, unas tres semanas, aproximadamente hasta el tercer lunes de enero, el día más triste del año.
Lo cierto es que las personas nos enfrentamos constantemente a la cuestión crítica de decidir en cada momento, cuándo debemos seguir luchando y cuándo debemos renunciar a hacerlo en cada uno de los empeños que llevamos a cabo en nuestras vidas.
Y aunque es imposible formular una regla universal para determinar cuál es el momento sensato de abandonar, podemos observar que la perseverancia suele ser un común denominador de casi todas las situaciones de éxito.
Es un valor fundamental para obtener un resultado concreto, porque la mayoría de nuestros propósitos, y más aún cuando tratamos de superar hábitos negativos bien establecidos, suelen requerir tener que enfrentarse a experiencias difíciles o poco agradables.
Entonces la capacidad de perseverar resulta fundamental para seguir adelante en lugar de rendirse y abandonar.
Como dijo Calvin Coolidge:
 “La gente que tiene éxito siempre tiene altos niveles de persistencia, y no abandona hasta que no ha alcanzado sus objetivos.
Nada en el mundo puede reemplazar a la persistencia.
El talento no puede.
Nada hay más común que los hombres con talento fracasados.
El genio no puede.
Los genios no recompensados constituyen casi un proverbio.
La educación no puede.
El mundo está lleno de personas educadas que se han hundido.
Persistencia, determinación y trabajo duro, eso es lo que hace la diferencia”. 

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