
Aunque muchos psicólogos consideran
que los problemas de sueño no son sólo un síntoma de una depresión en ciernes,
sino que muchas veces pueden llegar a ser ellos mismos los causantes de dicha
depresión.
El déficit de sueño puede impedir un
normal desarrollo de las funciones de crecimiento neuronal en determinadas
regiones cerebrales, y eso puede acabar precipitando una depresión.
Existen diversas causas que pueden
provocar insomnio, pero probablemente el componente fundamental que dificulta
el sueño de la mayoría de las personas son los pensamientos intrusivos que les impiden
conciliarlo.
Estos pensamientos pueden estar
relacionados con las preocupaciones por los problemas diarios laborales,
familiares o de otro tipo, y las vueltas que les damos cuando estamos en la
cama.
Lo cierto es que si nuestra mente
está demasiado activa cuando nos vamos a la cama, no conseguiremos dormirnos,
por muy cansados que estemos.
Normalmente, cuando llevamos un rato
en la cama y nos damos cuenta de que nuestros pensamientos nos están impidiendo
dormir, comenzamos a lamentarnos por ello.
Empezamos a revolcarnos entre las sábanas
intentando todo tipo de posturas, pero eso no nos ayuda a reducir nuestro nivel
de activación.
Entonces podemos decidir dejar a un
lado nuestros pensamientos para poder sumergirnos en el sueño.
Pero se ha demostrado experimentalmente
que querer dejar de pensar en algo suele llevar a un incremento de la
frecuencia de ese pensamiento.
El esfuerzo por suprimir los pensamientos
produce un mayor nivel de activación cerebral y por tanto espabila en lugar de
ayudar a dormir.
El insomnio actúa en este caso como un
burdo devorador que se alimenta a sí mismo con cualquier clase de pensamiento,
incluida la preocupación acerca de no poder dormir y el pensamiento acerca de
no pensar.
En realidad, cuando nos acostamos en
la cama y nos disponemos a dormir, necesitamos ser capaces de reducir nuestro
nivel de activación físico y mental para poder conciliar el sueño.
Necesitamos desactivarnos entrando en
fases de conciencia cada vez más relajadas hasta caer en los brazos de Morfeo.
Las fases de conciencia están
asociadas a las ondas cerebrales, que son tenues impulsos eléctricos que pueden
ser medidos mediante un electroencefalograma.
Hay cinco ondas cerebrales
principales, medidas según la frecuencia y amplitud del impulso.
Cada una de estas ondas cerebrales
está asociada a unos determinados estados típicos de consciencia y actividad
cerebral.
Las ondas gamma se producen en los
estados de gran excitación, por ejemplo cuando estamos enfadados, asustados o
ansiosos.
Las ondas beta se producen en el
estado normal de vigilia y están asociadas con los estados de atención
consciente rutinarios.
Las ondas alfa corresponden a un
estado de conciencia tranquila y relajada. Se considera que es el estado ideal
para la memoria, el aprendizaje, la creatividad y el rendimiento.
Las ondas theta están asociadas a la
somnolencia y a los estados oníricos, y las emitimos cuando estamos dormidos o
bien en un estado de gran relajación física y mental.
Y las ondas delta conforman el ritmo
que se encuentra en el sueño profundo, cuando no soñamos.
Para dormir, necesitamos fluir progresivamente
desde un estado de conciencia cerebral que emite ondas beta (el más habitual
durante la vigilia) hasta un estado de conciencia cerebral calmado y relajado,
asociado con las ondas alfa.
Desde aquí, tendremos que ir deslizándonos
suavemente hasta niveles más profundos de relajación, asociados a las ondas
theta y delta, a medida que vayamos adentrándonos en las etapas progresivamente
más profundas del sueño.
Es relativamente fácil realizar el
tránsito desde un estado alfa a un estado theta.
Pero en cambio resulta muy difícil
hacerlo si el cerebro y el cuerpo se mantienen en un estado de activación beta
o gamma.
Así que lo primero que necesitamos
hacer es comenzar relajándonos, y podemos hacerlo adoptando una actitud de
percepción sin esfuerzo, de atención sin resistencia.
Debemos actuar como meros espectadores
y no como actores, mientras observaremos cómo nuestra mente va apaciguándose
progresivamente hasta alcanzar el silencio y la ausencia total de pensamientos.
La clave está en focalizar la atención,
sin esfuerzo ni reflexión consciente, en algún evento interno o externo que
sirva de hilo conductor del camino hacia la desactivación física y mental.
Dado que no es posible mantener
simultáneamente una actividad cognitiva intensa y una atención focalizada y
relajada hacia algún tipo de evento, inevitablemente nuestros pensamientos tenderán
a ir desapareciendo.
Si lo necesitamos, podemos ayudarnos
por la evocación de paisajes tranquilos y relajados.
O simplemente escuchando de fondo una
suave melodía musical, que al atrapar nuestra atención sin esfuerzo, nos ayude
a ir atenuando la amplitud de las ondas cerebrales y nos disponga a caer en el
dulce abrazo del sueño.
Siempre que establezcamos cualquiera
de estos rituales antes de dormir, podremos crear un condicionamiento
pavloviano de respuesta que hará el simple hecho de comenzar a practicarlo
envíe una señal al cerebro indicando que es el momento de dormir.
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