Durante cientos de millones de años el cerebro de los
animales se ha dedicado a escanear constantemente el entorno para evadirse de
las situaciones peligrosas.
Desde hace unos pocos millones de años, el cerebro de los
mamíferos aprendió un nuevo truco: predecir el tiempo y el lugar de los
peligros antes de que pasen.
Esta capacidad anticipatoria alcanzó su máximo desarrollo con la portentosa capacidad humana
para imaginar el futuro.
Nuestra expandida corteza cerebral nos
permite representarnos mentalmente un futuro que todavía no existe.
Podemos tratar de anticipar el curso de las cosas imaginando
posibles escenarios futuribles.
Estos escenarios cobran sentido en la
medida en que somos capaces de comprender el mundo.
Si podemos comprender el mundo entonces podemos unir causa
y efecto.
Si podemos unir causa y efecto, podemos predecir lo que va
a suceder en el futuro próximo.
Y si podemos llevar a cabo una cadena de asociaciones
entre causas y efectos, quizás podamos hacer predicciones a largo plazo.
Si nuestras predicciones son correctas, entonces podemos hacer
cosas para cambiar lo que va a suceder.
E incluso si no podemos hacerlo, podemos al menos tomar
buenas decisiones.
El tiempo multiplica
nuestro poder, siempre que planifiquemos el futuro.
Y con ese poder podemos cambiar el mundo, y
podemos cambiarnos a nosotros mismos.
Imaginar el futuro.
Ese es el verdadero secreto de la especie humana.
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