
Las hamburguesas eran idénticas para los dos grupos
Pero a los integrantes del primer grupo se les dijo que
las hamburguesas eran magras en un 75%.
El resultado es que los participantes del primer grupo
valoraron las hamburguesas como magras, de alta calidad y buen sabor.
Los del segundo grupo las encontraron grasientas,
pringosas y de baja calidad.
Las hamburguesas eran exactamente iguales y sin embargo la
forma en que reaccionaron los cerebros de unos y otros fueron muy diferentes.
Los voluntarios que oyeron la palabra “magro” activaron
las zonas cerebrales del placer e identificaron el sabor como agradable.
Los que oyeron la palabra “grasa”, activaron las áreas del
cerebro que indican sensación de desagrado y dijeron que el sabor era asqueroso.
Esta diferencia de valoración ante un mismo producto se
explica porque nuestros juicios y percepciones no dependen sólo de la
naturaleza o intensidad de los estímulos que recibimos, sino sobre todo de la
forma como nuestro cerebro los procesa.
Dependiendo de la interpretación subjetiva que hace de los
mismos, nuestra respuesta fisiológica y emocional a un estímulo interno o
externo variará.
Y entonces podemos experimentar placer o repugnancia, miedo
o sensación de control.
Podemos fácilmente deducir que incluso cuando las personas no siempre podemos cambiar las situaciones, podemos siempre determinar la forma
como pensamos sobre ellas.
Tenemos la capacidad de cambiar la forma como percibimos
nuestras experiencias modificando nuestra perspectiva mental.
Y al hacerlo, decidimos cómo queremos sentirnos al
respecto.
Raramente las cosas son buenas o malas de forma absoluta.
Es nuestro pensamiento el que las hace aparecer de una forma
u otra.
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