
Las personas respondían de una u otra forma.
A continuación se les pidió que estimasen la población de
ese país y la mayoría mencionó cifras cercanas a la primera cifra de
población que se les había dado.
Esa cifra había quedado anclada en sus mentes, de modo que
ahora tendían a moverse un poco hacia arriba o hacia abajo en relación a la
misma.
El mecanismo psicológico del anclaje está bien estudiado e
implica que las personas tendemos a anclar nuestras decisiones en posiciones
previas que nos resultan familiares.
Nuestra mente tiende a conceder un valor desproporcionado
a la primera información que recibe.
Las impresiones, estimaciones o datos iniciales sujetan
los pensamientos y juicios posteriores.
Y si llegan nuevas evidencias que violan nuestras expectativas
previas, nuestro cerebro tiende a almacenarlas considerándolas como excepciones
que prueban la regla.
O como excepciones que sólo son válidas para contextos
específicos, sin quitar validez a la regla general.
Ese sesgo puede conducirnos con frecuencia a tomar
decisiones erróneas.
Por ejemplo cuando nos empeñamos en mantener nuestras
ideas previas, rechazando cualquier nueva información que no sea consistente con
ellas.
O cuando nos empeñamos en mantener nuestra desconfianza hacia
quienes nos produjeron una mala primera impresión, aunque después nos
demuestren que estábamos equivocados.
O cuando seguimos confiando ciegamente en quienes nos cayeron
bien al principio, por más que a continuación nos traicionen.
O cuando en una negociación tendemos a movernos en torno a
la cifra inicial arrojada por la contraparte sólo porque la hizo primero,
produciendo un efecto de anclaje en nuestra mente.
Nuestro éxito depende en parte de que seamos suficientemente
flexibles para movernos y cambiar nuestros modelos mentales cuando las
circunstancias nos indican que así debemos hacerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario