
A los vecinos de uno de los grupos se les fue visitando
para solicitarles un donativo para una causa benéfica.
Al otro grupo se le visitó igualmente, pero en este caso
se exhibió la lista de los vecinos que ya habían realizado una donación a la
causa benéfica.
Los resultados fueron que las aportaciones realizadas por
el segundo grupo fueron sustancialmente mayores a las del primer grupo.
El experimento también verificó que cuanto más larga era
la lista de los contribuyentes, tanto mayor era la probabilidad de obtener una
nueva contribución.
Y aún más, cuantas mayores eran las donaciones que
aparecían en la lista, como realizadas por los demás vecinos, tanto mayores
eran también las contribuciones que hacían los nuevos vecinos visitados a
quienes se mostraba dicha lista.
Y es que, aunque no nos demos cuenta, los seres humanos
estamos permanentemente influyendo en los demás y siendo influidos por los
demás.
Con mucha frecuencia miramos a nuestro alrededor para
decidir qué es lo que debemos hacer.
Las acciones de quienes nos rodean nos dan importantes
pistas para definir nuestra propia conducta a la hora de decidir a qué hora
debemos llegar al trabajo, si debemos o
no llevar corbata, cuánto tiempo debemos dedicarle al café de media mañana, o
qué debemos hacer durante nuestro horario de trabajo.
Cuantas más personas hacen algo, especialmente si dichas
personas se parecen a nosotros y por tanto nos sirven de referente, tanto más
probable es que les imitemos.
Reconozcámoslo. Este fenómeno denominado del “consenso
social” -si otros lo hacen, debe ser bueno- no resulta del todo simpático. En
cierta forma implica que quizás las personas no somos tan autónomas e independientes
como nos gusta pensar.
Pero dado que innumerables investigaciones corroboran que
se trata de uno de los principios explicativos de la conducta humana más
poderosos y universales que existen, es mejor aceptarlo que negar la evidencia.
Y una vez que hemos reconocido la evidencia, podemos
intentar practicar el judo para aprovechar la fuerza de este poderoso principio,
darle la vuelta y ponerlo a nuestro favor.
Tanto si se trata de influir sobre nuestra propia
conducta, como si pretendemos ayudar a otras personas a evolucionar de forma
positiva en el marco de un programa de entrenamiento y mejora, nos resultará a
menudo más fácil hacerlo utilizando convenientemente la influencia de los
demás.
Por ejemplo, si queremos fomentar el aprendizaje de un
idioma, una técnica, o una habilidad, será más fácil que lo consigamos si
propiciamos la formación de un grupo de participantes que comparten los mismos
intereses.
Si queremos que los empleados practiquen deporte y un
estilo de vida saludable, es más probable que lo consigamos si les unimos a la compañía
de un grupo de personas que ya practique el deporte o los hábitos saludables.
Los cambios inicialmente impulsados por la influencia de
los demás pueden fácilmente acabar siendo internalizados por los participantes,
resultando así eficaces a largo plazo.
En la medida en que consigamos impulsar a otras personas – o
a nosotros mismos- hacia una determinada acción, será mucho más fácil modificar
la opinión que esas personas tienen de sí mismas para adecuarlas a sus actos.
Por ejemplo, una persona trabajará mucho si se siente
internamente motivada para hacerlo. Pero también lo contrario suele ser cierto y
a menudo es más sencillo de implementar. Una persona que trabaje mucho –quizás porque
a su alrededor todos lo hacen- llegará a verse a sí misma como una gran
trabajadora y construirá los valores internos que alineen su conducta con sus
ideas.
Practicar el judo con la influencia del grupo puede
resultar útil para ayudarnos a nosotros mismos o a otras personas a modificar ciertas
conductas en un sentido positivo. Y estos cambios acabarán normalmente
desencadenando los esperados cambios internos, en un proceso de mutuo refuerzo.
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