Cuando observamos determinadas personas que
alcanzan un nivel de maestría en alguna práctica profesional, a menudo tendemos
a pensar que “nacieron para ello”.
Pero en realidad nadie nace siendo un genio
del tenis, un portento del piano, un prodigio de las finanzas o un maestro del
ajedrez.
Se han realizado numerosos estudios
exhaustivos a lo largo de varias décadas de seguimiento de los progresos de
algunas personas en determinados ámbitos profesionales.
Lo que nos indican estos estudios es que la
práctica es el ingrediente esencial del éxito.
Casi siempre existe una relación directa
entre el número de horas dedicadas a la práctica y el nivel de desempeño
alcanzado.
Cuando se compara, mediante una medición
minuciosa, el número de horas dedicadas a la práctica por las personas que
mejores resultados obtienen en una determinada disciplina, con el número de
horas dedicadas por las personas menos hábiles, se comprueba casi siempre que
los primeros han dedicado, como media, muchas más horas al entrenamiento en esa
disciplina que los segundos.
Muchas más horas significa muchas, muchas más horas.
De acuerdo con diferentes estudios, para
alcanzar un grado de maestría en cualquier actividad se requiere un tiempo
mínimo de 10 años o el equivalente a unas 10.000 horas de práctica.
Son el esfuerzo y el entrenamiento los
verdaderos precursores del éxito…, siempre y cuando se realicen
convenientemente.
No es posible llegar a ser un maestro en
ningún campo de actividad sin haber dedicado primero los años y las horas de
práctica necesarias.
Pero tampoco la práctica y el trabajo duro
garantizan necesariamente alcanzar la maestría, si no se realizan de forma
correcta.
Hay personas que se dedican durante 50 años
a hacer lo mismo y apenas mejoran.
Y otras en cambio son incluso capaces de
acortar el tiempo requerido de 10 años o 10.000 horas de prácticas para
convertirse en maestros.
La razón por la que la mayoría de las
personas se estanca pese a los largos años de práctica es que tienden a repetir
mecánicamente las mismas cosas que han aprendido en el pasado.
En el momento en que alcanzan un nivel
aceptable de desempeño en su profesión, dejan de esforzarse por mejorar, y se
empantanan en su zona de comodidad.
Los maestros llegan a serlo porque realizan
un esfuerzo sostenido y deliberado de práctica dirigida a mejorar su
rendimiento individual en su campo de actuación.
La práctica deliberada implica utilizar los
circuitos cerebrales que manejan la intención consciente, en lugar de utilizar
los circuitos cerebrales que manejan la conducta inconsciente.
Y eso implica un mayor gasto energético.
Dado que prestar una atención consciente y
deliberada a las tareas de aprendizaje consume esfuerzo y energía, la mayoría
de las personas tienden a pasar a un estado de ejecución automática tan pronto
como alcanzan un nivel de desempeño aceptable.
Sin embargo, los mejores profesionales de
cualquier otro tipo de especialización siguen intentando mejorar cada pequeño
detalle de su ejecución.
No importa lo bien que lleguen a hacerlo,
incluso cuando han alcanzado el reconocimiento y el liderazgo en sus campos de
actividad, siguen queriendo mejorar.
Se resisten a estancarse en su zona de comodidad y tratan de contrarrestar la tendencia a automatizar demasiado pronto las experiencias aprendidas.
Buscan siempre hacer las cosas un poco mejor de cómo las están haciendo.
Se resisten a estancarse en su zona de comodidad y tratan de contrarrestar la tendencia a automatizar demasiado pronto las experiencias aprendidas.
Buscan siempre hacer las cosas un poco mejor de cómo las están haciendo.
Este esfuerzo y dedicación extra es lo que
les confiere la ventaja frente a otras personas.
La práctica deliberada. Ese es el secreto
de los grandes maestros.
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