
Para ello ha utilizado especialmente la técnica del relato,
el cuento, el canto y los mitos.
Y todavía hoy en día estas técnicas, especialmente el
relato, siguen siendo eficaces para transmitir el aprendizaje.
Y
es que invocar las palabras adecuadas puede provocar en la psicología de
quienes nos escuchan efectos muy potentes.
El
lenguaje, hablado o escrito, tiene la capacidad de modular las emociones.
Por
eso, los chamanes y los sacerdotes de cualquier religión evocan palabras
sagradas con el fin de conseguir sus sortilegios.
Por
supuesto, sus palabras no tienen el más mínimo poder sobre las cosas.
Pero
tienen la capacidad de provocar efectos notables en las personas que las
escuchan.
Cuando
escuchamos, leemos, o pensamos una palabra, distintas áreas de nuestro cerebro
decodifican los símbolos lingüísticos implícitos en esa palabra.
Y
la interpretan y analizan a la luz de los archivos de nuestra memoria.
Dependiendo
del contexto, de nuestra historia personal y de nuestro estado anímico actual,
estas palabras producirán distintas evocaciones en nuestra mente.
Generarán
asociaciones.
Activarán
circuitos motivacionales.
Dispararán
emociones.
Causarán
sensaciones de placer o de miedo y desagrado.
Pero
no es sólo el símbolo lingüístico lo que importa.
La
voz conforma también un elemento fundamental en la capacidad persuasiva del
verbo hablado.
El
tono, el timbre, el ritmo, el volumen y la entonación de la voz transmiten a
las demás personas significados no expresados verbalmente.
Podemos
modular la voz a través de las inflexiones y los cambios en la entonación.
Vocalizar
cuidadosamente las palabras,
Dar
a las sílabas el énfasis requerido.
Y todo ello nos permite sugerir emociones tales como la ira,
la sorpresa, o la felicidad.
La palabra es una poderosa herramienta pedagógica porque tiene
la capacidad de cambiar los estados de ánimo de quienes la escuchan.
Y al hacerlo, puede dejar una firme impresión en ellos.
Nuestro mayor poder son los 28 signos del alfabeto.
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