
Este fue el inicio de una búsqueda que duró tres siglos en
la que numerosos científicos dedicaron toda su vida a la búsqueda infructuosa
de la solución.
En 1908 el alemán Paul Wolfskehl, hijo de un rico banquero
judío, decidió suicidarse después de ser rechazado por la mujer de la que se
había enamorado.
Pero mientras llegaba el día en el que había programado su
suicidio, se interesó por el teorema de Fermat e intentó resolverlo.
Enfrascado en el enigma, se le pasó el tiempo del suicidio
programado, y entonces cambió de opinión y decidió no suicidarse.
Y dado que consideraba que el problema le había salvado la
vida, creó un cuantioso premio económico para aquel que consiguiera resolverlo.
El premio lo ganó casi un siglo después el matemático
inglés Andrew Wiles, tras dedicar siete años de duro trabajo a la resolución
del problema, con un grado de concentración y determinación difíciles de
imaginar.
Aunque los esfuerzos de Wiles y de cuantos le precedieron ayudaron a estimular el desarrollo matemático durante los últimos siglos, lo
cierto es que estas personas no buscaban de forma deliberada este propósito.
Más bien su objetivo era simplemente resolver el endiablado
enigma porque, una vez planteado, les atormentaba no conocer la solución.
Y es que todos los seres humanos necesitamos explicar las
cosas, comprender su causa, darles sentido, unir causas y efectos.
Comprender el mundo y comprendernos a nosotros mismos nos
confiere una sensación de poder y serenidad.
Por eso nuestro cerebro necesita crear patrones que den
coherencia y significado a las cosas.
La creación de patrones es placentera para el cerebro.
Nuestro cerebro obtiene un gran placer tomando información
aleatoria, caótica o incompleta, y ordenándola y entendiéndola y resolviéndola.
En eso consiste básicamente el aprendizaje.
No en memorizar los patrones que algún otro nos quiere imponer
y regurgitar el significado que nos ha dictado.
Sino en construir nuestro propio significado, incrementar
nuestros patrones mentales para reconocer, identificar, nombrar, organizar y
quizás predecir la configuración de los elementos y eventos que conforman
nuestro mundo conocido.
Y nuestro cerebro nos ayuda en esta tarea dándonos una
gratificación cerebral cada vez que aprendemos o comprendemos algo, creando una
experiencia de satisfacción.
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