
Una de los campos estrella en cualquier plan de formación
de una organización que se precie suelen ser los programas formativos en el
campo de las habilidades o soft skills –habilidades
interpersonales, de comunicación, organizativas, etc.
Estos programas buscan por lo general mejorar las
capacidades de las personas para su desempeño en el trabajo y para interactuar de
forma efectiva con sus colegas o con sus clientes.
Lamentablemente, la experiencia indica que no siempre los
cursos creados para el entrenamiento de este tipo de habilidades producen los resultados
apetecidos.
Y en algunos casos los resultados son tan pobres que
incluso acaban por hacer desconfiar tanto a los empleados asistentes, como a
sus empleadores, sobre la eficacia real de este tipo de programas.
Ciertamente cualquier programa formativo presencial, y de
forma especial los programas de entrenamiento de habilidades, necesitan la
concurrencia de una serie de factores que garanticen su éxito. En especial se
necesita:
Que los contenidos de los cursos sean interesantes, novedosos y que
están sólidamente fundamentados.
Que los formadores tengan una fuerte capacidad de empatía,
inteligencia, buenas dotes de comunicación y capacidad de captar la atención de
los asistentes.
Que las prácticas y dinámicas que se apliquen sean percibidas
por los participantes como útiles, con sentido y de aplicabilidad directa en su
puesto de trabajo.
Que la acción formativa en su conjunto suponga una experiencia
vital para los participantes, haciéndoles sentir de alguna forma “especiales”,
con el objeto de convertir la experiencia en una vivencia impactante y que facilite
su apertura al proceso de aprendizaje.
Pero hay algo más en lo que me gustaría incidir en este
artículo y que menudo se pasa por alto.
Me refiero a la necesidad de comprender que, en general, cuando formamos en el campo de los soft skills, lo que en realidad pretendemos es modificar ciertos hábitos previamente adquiridos por los
participantes, en busca de una mayor eficiencia.
Obviamente cuando las personas entramos a formar parte de
una organización, ya hemos desarrollado desde hace muchos años atrás patrones
de comportamiento interpersonal que hemos aprendido de modo informal a lo largo
de nuestras vidas, y que se encuentran fuertemente internalizados en nuestra
forma de ser.
De modo que el entrenamiento en el campo de las soft skills suele implicar tener que
desaprender viejos hábitos para adquirir hábitos nuevos de comportamiento.
Y el conocimiento sobre el modo en que se forman y se
modifican los hábitos nos indica que, normalmente, esto no se puede conseguir sin
el concurso, entre otros elementos, de la repetición y el refuerzo.
Son la repetición y el refuerzo los que permiten que los
participantes vayan interiorizando de una forma natural las habilidades
trabajadas, al mismo tiempo que van fortaleciéndose las nuevas conexiones que
se van creando en sus cerebros en relación a los nuevos aprendizajes adquiridos.
En la práctica, esto significa que para que un programa de
aprendizaje en el campo de los soft
skills tenga posibilidades de éxito, se requiere generalmente que esté
basado en el entrenamiento progresivo, a través de sucesivos impactos adecuadamente
pautados en el tiempo, y que permitan consolidar el aprendizaje.
Sólo operando de un modo progresivo y cada vez más
profundo, a través de reiteraciones dirigidas a un objetivo concreto, podemos
llevar a cabo cambios estables en las conductas de las personas que afecten a
sus actitudes y a sus hábitos.
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