
El resultado paradójico fue el siguiente: los sujetos a
los que no se les prometió nada, continuaron la tarea que tenían que hacer. Y
aquellos a los que se les había prometido una recompensa, dedicaron menos
tiempo.
Este experimento se ha repetido con distintas variables
obteniendo siempre los mismos resultados. La diferencia en los tiempos de
dedicación a la tarea indica las diferencias entre motivaciones intrínseca y
extrínseca.
La motivación intrínseca se evidencia cuando realizamos
una actividad por el simple placer de realizarla o por otras razones, pero sin
que nadie de manera obvia nos incentive externamente a hacerlo.
Eso sucede por ejemplo cuando practicamos algún hobby o
leemos algún libro porque la materia nos interesa, por curiosidad, por
diversión, por sensación de placer, por sensación de éxito, o incluso por un
sentimiento interno de deber, auto-exigencia o de colaboración con los demás.
La motivación extrínseca aparece cuando lo que nos atrae
de una actividad no es la acción que realizamos en sí misma, sino lo que recibimos
a cambio de la actividad realizada.
Eso sucede por ejemplo cuando estudiamos no porque nos
guste hacerlo, sino porque queremos aprobar un examen, obtener un título o
acceder a una promoción. O cuando trabajamos no por placer, sino solo porque
queremos la paga.
Ambos tipos de motivación, intrínseca y extrínseca, no
son necesariamente excluyentes entre sí y a menudo se puede conseguir el máximo
grado de motivación al combinarlos.
De hecho, la motivación extrínseca puede ser útil para
iniciar una actividad, pero ésta puede ser después mantenida mediante sus
propios motivadores intrínsecos.
Por ejemplo, en el aprendizaje, se puede incentivar que
los alumnos se enrolen en un determinado programa formativo prometiendo algún
tipo de recompensa, pero después se necesita recurrir a los motivadores
intrínsecos para conseguir que los alumnos mantengan el interés en completar el
programa y además lo hagan con entusiasmo.
Si en cambio tratamos de motivar a los alumnos basándonos
exclusivamente en los incentivos (premios o castigos), el resultado es que
probablemente esas personas tiendan a reducir rápidamente su nivel de
implicación, como los alumnos citados al comienzo de este artículo, porque sentirán
que la motivación para el aprendizaje está conducida por fuerzas externas, en
lugar de por una decisión interna.
Existen formas de incentivar la motivación intrínseca en
el aprendizaje sin necesidad de premiar o castigar a los alumnos.
Por ejemplo, una de las formas de estimular el interés o
el aprecio de los alumnos por una actividad consiste en exponerles las razones
de su utilidad o pedirles que sean ellos mismos quienes aporten razones para su
valoración.
También podemos proyectar intensidad y entusiasmo,
transmitiendo de esta forma a los alumnos que los contenidos de aprendizaje son
importantes.
O podemos estimular su curiosidad, por ejemplo planteando
preguntas o problemas que presenten alguna ambigüedad o que requieran más
información para resolverlos.
O podemos intentar sorprenderles, presentando aspectos
inesperados, incongruentes o paradójicos sobre un tema y desafiándoles a
resolver la disonancia o conflicto.
Igualmente podemos intentar hacer el contenido abstracto
más personal, concreto o familiar, relacionando las definiciones, principios y
las informaciones generales o abstractas con experiencias o contenidos
concretos relacionados con las vidas particulares de los participantes.
Todo este tipo de actuaciones estimuladoras
conforman una de las formas más efectivas de crear una presión
positiva en el ambiente que induzca a que todo el mundo quiera esforzarse por
aprender y sienta que quiere y debe hacerlo.
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