
Quienes tengan más de 40 o 50 años probablemente guarden
algún recuerdo sobre las diferentes modalidades de castigos físicos y
emocionales que buscaban, en tiempos pasados no tan remotos, lograr un mejor
rendimiento escolar a base de hostias.
Podemos imaginar el proceso mental que debió llevar a
algunos de nuestros iluminados maestros de épocas pasadas a la conclusión de
que el aprendizaje se podía favorecer a base de correazos.
Supongamos por ejemplo que tocamos una plancha y nos
quemamos. Esa situación producirá una activación de la amígdala, que es una
zona del cerebro que se activa ante situaciones de estrés. La amígdala es un
verdadero almacén de recuerdos emocionales, en especial de toda clase de
recuerdos asociados a la sensación de miedo. De modo que el hecho traumático de
tocar una plancha ardiendo, causará una descarga de adrenalina que potenciará a
nuestra amígdala, formando un recuerdo emocional consciente o subconsciente muy
intenso de la experiencia.
El resultado es que se habrá producido un aprendizaje muy
poderoso en nuestro cerebro, que evitará que volvamos a tocar la plancha
ardiendo.
Así pues, desde esta simple observación podemos concluir
fácilmente que el dolor, el miedo y el estrés pueden favorecer el aprendizaje.
Y no nos equivocaremos del todo. ¿O acaso no se utiliza frecuentemente el miedo como elemento de educación del
ciudadano en campañas de tráfico o contra el tabaco? Al
exponer imágenes o vídeos que muestran las terribles consecuencias de fumar
cigarros o de conducir de forma temeraria, se consigue educar de una forma muy
eficaz a la población sobre los riesgos implicados en esas conductas.
Sin embargo, el gran error de los
viejos maestros amantes de la correa fue no entender que el
miedo sirve para aprender… pero sólo ciertas cosas simples, especialmente
aquellas amenazas que debemos evitar.
La activación de la amígdala que se produce en las
situaciones de estrés sirve para realizar aprendizajes simples del tipo
"no tocar el fuego", "no provocar al jefe", o "no
dormirse durante la clase".
Pero no sirve para aprender conceptos complejos, o para
desarrollar soluciones creativas e innovadoras.
Numerosos experimentos han mostrado que las personas
sometidas a emociones negativas tienden a estrechar el ámbito de sus
pensamientos y conductas posibles.
En cambio, las personas que experimentan emociones
positivas tienden a resolver los problemas de un modo más creativo y global, en
vez de enfocarse a soluciones ya conocidas y en detalles.
La razón de estas diferencias debemos buscarla en nuestro
pasado prehistórico.
Desde una perspectiva evolutiva, podría resultar adaptativo
que, cuando nos encontrásemos en situaciones ancestrales que implicaban una
amenaza, lo que normalmente va asociado a emociones negativas, viésemos
restringido nuestro rango de pensamientos y conductas posibles.
En esos momentos de riesgo inminente para la
supervivencia no había tiempo para ser creativo, sino sólo para aplicar de
forma inmediata unas pocas recetas ya conocidas, como luchar o huir.
En cambio, cuando nos encontramos en situaciones más
propicias, que generalmente se asocian con emociones positivas, podemos ser más
creativos e innovadores.
Podemos ampliar nuestra apertura mental porque en esos
momentos tenemos tiempo para investigar diferentes posibilidades y distintas
soluciones posibles a los problemas, lo que nos resultará útil a largo plazo.
Así que el clima ideal para favorecer el aprendizaje rico
y complejo se
produce cuando un participante se siente competente y seguro, al mismo tiempo
que interesado e intrínsecamente motivado.
Por eso necesitamos generar un ambiente de
apoyo, potenciación y desafío, que promueva las emociones
positivas, asociadas con la liberación de dopamina cerebral. Solo así seremos
capaces de incrementar nuestra capacidad creativa, nuestro desempeño
intelectual, nuestra flexibilidad mental y nuestra capacidad de tomar
decisiones acertadas. En definitiva, nuestras capacidades superiores de
aprendizaje.
Si por el contrario favorecemos las emociones negativas,
asociadas con la activación de la amígdala cerebral, interferiremos con el
procesamiento cognitivo, tenderemos a estrechar el ámbito de los pensamientos y
conductas posibles, y reduciremos la capacidad creativa y la flexibilidad
mental.
Machacar física o emocionalmente a las personas no es un buen sistema
pedagógico que favorezca el aprendizaje. Al contrario. ¡El estrés puede volveros más lerdos, atenuando nuestra
inteligencia!
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