
Vemos por ejemplo que en determinadas organizaciones, la
formación es simplemente obligatoria, al menos para algunos colectivos de
usuarios. En otras organizaciones son los usuarios los que deciden o no
formarse y a menudo también tienen cierta libertada para elegir el programa en
el que les interesa formarse.
Numerosos estudios han mostrado que el hecho de que la
elección inicial recaiga en los usuarios conforma un factor motivacional positivo,
mientras que la asistencia obligatoria a un curso (presencial o elearning) puede
conducir al fracaso o a un rendimiento más pobre.
También,
de acuerdo con estos estudios, la posibilidad de que los usuarios tengan
control sobre la duración y ritmo de su aprendizaje incrementa su nivel de motivación.
Por
tanto, a priori y en la medida de lo posible, es
preferible que los participantes sientan que están eligiendo aprender,
que son ellos mismos el "origen" de sus propias acciones.
La
motivación se incrementa a través del control y elección del alumno, y cuando se
le confiere a éste un papel de participante activo, en lugar de pasivo, en el
aprendizaje.
Aunque debemos reconocer que, en la práctica, esto no siempre
es una cuestión fácil de resolver, ya que en la fase previa a la inscripción en
un programa de aprendizaje puede no existir una motivación intrínseca de los
alumnos para elegir enrolarse en el mismo.
Dependiendo de los hábitos, las costumbres, la cultura y
los conocimientos, las personas pueden mostrar mayor o menor aptitud y
disposición inicial hacia el aprendizaje. Algunas personas estarán muy
favorablemente dispuestas, mientras que a otras les resultará muy difícil
aceptar cualquier forma de aprendizaje.
A menudo se necesita hacer una cierta venta o marketing
de los programas formativos que permitan crear un clima de confianza adecuado y
conseguir así el interés y compromiso de los participantes con dichos programas
formativos.
En este sentido, las organizaciones deberían pensar en
los usuarios de aprendizaje como si fueran clientes por cuyo tiempo e intereses
hay que competir, y a quienes debe ofrecerse un buen servicio.
Otra cuestión en debate es hasta qué punto se debe
controlar el proceso de aprendizaje de los usuarios una vez que se han enrolado
en un programa de formación, especialmente en los formatos elearning.
Vemos
que en algunas organizaciones se pretende controlar cada detalle del proceso de
aprendizaje de los alumnos en los programas online. Incluso se les obliga a
realizar una determinada secuencia formativa, de tal modo que el acceso a un
nuevo contenido está bloqueado hasta que no se ha recorrido por completo el
contenido de la unidad anterior.
Este
puede generar una sensación de frustración o incomodidad en los usuarios, al
sentir que no tienen control sobre su propio proceso de aprendizaje, o que no
pueden saltarse un contenido, volver atrás para repasar algo, o elegir en
definitiva su propia secuencia de avance.
En términos generales podemos decir que cuanto mayor sea
la sensación
de autonomía y control por parte del usuario sobre la estructura, la
temporización y el contenido de su experiencia de aprendizaje, ello resultará
más positivo en términos de eficacia del mismo.
En
la medida de lo posible, hay que otorgar al usuario un mayor control sobre el
proceso de aprendizaje, confiriéndole una mayor responsabilidad sobre el mismo,
dejándole que fije su propio ritmo y secuencia de aprendizaje de acuerdo a su
estilo y preferencias personales, a sus objetivos, a las necesidades de su
puesto de trabajo y a sus habilidades y sus conocimientos actuales.
Dejemos
que en alguna medida los usuarios tengan capacidad para diseñar, gestionar e
implementar sus propios planes de desarrollo personal, siempre lógicamente
alineándolos con los objetivos de la organización donde trabaja.
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