Pero su talento estratega sólo brilló en las exitosas
campañas bélicas desarrolladas durante su juventud, hasta alcanzar el cenit de su
apogeo en la batalla de Auterliz en 1805.
Después de eso Napoleón protagonizó una cadena catastrófica
de derrotas que desangraron a Francia y le llevaron hasta su destierro final en
Santa Elena.
Albert Einstein publicó en el glorioso año 1905 la mayor
parte de sus trabajos más emblemáticos, cuando todavía era un joven físico
desconocido de 29 años, empleado en la Oficina de Patentes de Berna.
La producción científica de Einstein fu tan prolífica ese
año, que la Unesco conmemoró el centenario de 2005 como el Año Mundial de la Física.
Pero el genio de Einstein nunca volvió a alcanzar tales
cotas de fertilidad.
Pasó las últimas décadas de su existencia de forma
bastante amarga, tratando en vano de encontrar una teoría que unificase en un
solo sistema las ecuaciones de las fuerzas básicas de la naturaleza.
El escritor italo-estadounidense Mario Puzo publicó una de
las mejores novelas del género criminal de todos los tiempos, El Padrino, en
1969.
Nunca antes había tenido un gran éxito editorial.
Y nunca después volvió a tenerlo.
El brasileño Ronaldinho comenzó a descollar como jugador de
fútbol en el Paris Saint German cuando tenía 24 años.
El Barca le fichó en el 2004 y durante los dos siguientes
años la FIFA le destacó como el mejor jugador del mundo, convirtiéndose rápidamente
en un ídolo de masas para la afición culé y de todo el mundo.
Pero después, su rendimiento comenzó a decrecer de forma
constante, hasta que finalmente perdió la titularidad en su equipo y acabó
deambulando durante los siguientes años por varios clubes con más pena que
gloria.
Solemos pensar que algunas personas “son” genios.
Pero la historia nos enseña que, en realidad, la
genialidad tiende a ser una cualidad más bien inestable, inconstante, variable.
Los músicos, autores, científicos, deportistas, actores o
profesionales de cualquier tipo, pasan por diferentes etapas, evolucionan a
través de distintas versiones de sí mismos.
Y a veces, en determinadas ocasiones, son capaces de desplegar
una versión de sí mismos tan imponente que les permite alcanzar un nivel superior de agudeza y
clarividencia.
Cuando eso sucede, sus cerebros son
capaces de operar de tal modo que pueden comprender cuál es la sencilla
solución de los problemas que hasta
entonces parecían complejos y casi irresolubles.
O de reorganizar los datos y patrones existentes en su
propio cerebro, creando nuevas asociaciones que generan un nuevo conocimiento
que hasta entonces no había sido evidente, o creando una nueva obra que
deslumbra y fascina a sus coetáneos e incluso a la posteridad.
¿Pero qué sabemos de esa cualidad que llamamos genio,
inspiración, lucidez, creatividad o iluminación?
Sabemos que esa cualidad no surge de la nada.
Tiene que haber primero un objetivo, un propósito, una
pasión que guíe los esfuerzos y las acciones en una determinada dirección.
Tiene que haber también un intenso proceso previo de
aprendizaje, conocimiento, experiencia, práctica.
Eso es lo que preparará a la mente para el chispazo de la
inspiración.
Pero todo esto no es suficiente.
Hay personas que se dedican durante 50 años
a hacer lo mismo y apenas mejoran.
O que trabajan duramente durante toda su
vida, sin conseguir jamás alcanzar logros extraordinarios.
A veces el problema es la tendencia de las
personas a estancarse repitiendo mecánicamente las mismas cosas que aprendieron
en el pasado, en lugar de seguir intentando mejorar cada pequeño detalle de su
actividad.
En el momento en que alcanzan un nivel
aceptable de desempeño en su arte o profesión, dejan de esforzarse por mejorar,
y se empantanan en su zona de comodidad.
Otras veces el problema son
los esquemas y paradigmas
mentales, que pueden actuar como barreras invisibles que impiden el progreso.
Muchas veces la genialidad consiste
en ser capaces de mirar los problemas desde un punto de vista divergente.
De redefinir los problemas buscando
soluciones flexibles, nuevas y originales.
De atreverse a desafiar el
pensamiento establecido, buscando nuevos paradigmas que expliquen mejor la
realidad, aunque eso conduzca a conclusiones diferentes a los que señala la
lógica convencional.
Vemos por tanto que el esfuerzo y la
práctica deliberada, junto con la audacia y la flexibilidad mental, son casi
siempre requisitos indispensables para el éxito creativo y la genialidad.
Pero se necesita algo más.
Cuando observamos el carácter
intermitente de la inspiración de quienes han sido reconocidos como genios de
la humanidad, comprendemos que en última instancia debe existir algún estado
variable de la mente, asociado con un mayor o menor nivel de su fertilidad
creativa.
En este punto necesitamos descender
al nivel de la neuroquímica cerebral.
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