
Sabemos
que tenemos que hacerlo, pero remoloneamos y vamos aplazándolo día tras otro
mientras se acerca peligrosamente la fecha límite para presentarla.
También
tenemos que vacunar a nuestro perro y no acabamos de encontrar el momento
oportuno para ir al veterinario.
Un
cliente nos está presionando para que finalicemos el trabajo comprometido. Si
no nos damos prisa y nos centramos en ello, el contrato con el cliente corre
peligro y con él puede que también nuestro puesto de trabajo.
También
tenemos que acordarnos de devolverle a nuestro hermano en algún momento los 100
euros que nos prestó.
No
hemos logrado aprobar nuestro examen de conducir.
Hemos
tenido una discusión con nuestra novia o novio. Y ahora tenemos que decidir si dejamos
nuestro orgullo y buscamos la reconciliación o rompemos definitivamente la
relación.
A
veces parece que la lista de cosas por hacer o resolver nunca deja de
crecer.
Y todas y cada una de estas
cuestiones inacabadas requieren nuestra atención.
Cada uno de estos fracasos
inconclusos genera pensamientos recurrentes.
Y cuantos más frentes tengamos
abiertos, cuanto más acuciantes e insolubles parezcan los problemas, y cuanto
más inciertos parezcan los posibles desenlaces, tanto mayor será el sentimiento
de desorden y confusión que se irá apoderando de nuestra mente.
Tener demasiados frentes abiertos al
mismo tiempo puede ser una causa importante de agobio y estrés.
Cuando algo queda incompleto, y no
podemos cerrarlo, nuestra mente queda enganchada en una incómoda situación, sin
poder pasar al siguiente punto de interés, sin poder dejar de pensar en aquello
que ha quedado sin completar.
Estos pensamientos que nuestro
cerebro produce, pensamientos respecto a las cosas que dejamos incompletas, nos
distraen y consumen nuestra energía.
Algunas investigaciones sitúan en
tres el número máximo de asuntos incompletos que podemos manejar antes de
comenzar a sentirnos confusos y desbordados.
Muchas veces, los problemas no
resueltos están conformados por los fracasos respecto a los objetivos que nos
proponemos en la vida.
Cuando concebimos un objetivo,
inmediatamente nuestro cerebro comienza a producir pensamientos relacionados
con el mismo.
Por ejemplo, si deseamos comprarnos
un coche, empezaremos a pensar en la forma de reunir el dinero para pagarlo,
las marcas y modelos que existen en el mercado y sus prestaciones, las cosas
que podríamos hacer cuando tengamos un coche, etc.
Todos estos pensamientos tenderán a
permanecer altamente accesibles, y se reproducirán frecuentemente de forma
espontánea, incluso en momentos inesperados o no deseados, mientras no hayamos
completado el objetivo de conseguir un coche.
O bien hayamos desistido de alcanzar
dicho objetivo.
A menudo el caos se produce simplemente
debido a una mala organización de nuestro tiempo y una deficiente programación
y gestión de nuestras tareas, sea en el plano personal o en el profesional.
En las organizaciones por ejemplo, frecuentemente
comenzamos una tarea y antes de terminarla, en seguida pasamos a otra, bien por
decisión propia o porque nos asignan nuevas prioridades.
O nos sentimos agobiados por los plazos imposibles de cumplir, lo
que nos lleva a tener que estar postergando constantemente las fechas de
finalización del trabajo.
Otras veces el problema es que nos
enfrentamos a constantes distracciones
e interrupciones en el trabajo.
O somos
nosotros mismos los que nos empeñamos en llevar a cabo diferentes tareas al
mismo tiempo.
Por ejemplo, las llamadas o mensajes
de móvil, los correos electrónicos, y los intercambios de mensajería
instantánea pueden llegar a convertirse en los reyes absolutos de la
distracción.
Resulta atractivo mirar a cada
instante si hemos recibido o no un nuevo mensaje, que a menudo incluso nos
avisa invadiendo la pantalla de ordenador o produciendo una advertencia sonora
que interrumpe el trabajo que estemos realizando.
Sin embargo, tal como comprobó un estudio,
alternar tareas como escribir un informe e intercambiar mensajes de correo
electrónico implica dedicar el 50% más de tiempo que si estas tareas se
realizasen de forma consecutiva.
Otra investigación realizada con un
grupo de trabajadores de Microsoft, encontró que estos empleados necesitaban,
de media, 15 minutos para poder volver centrarse en tareas mentales serias,
como redactar un informe o programar código informático, después de haber
interrumpido el trabajo para responder a un mensaje instantáneo entrante o por
causa de cualquier otra distracción.
Y es que intentar llevar a cabo varias tareas a
la vez puede parecer muy eficiente, pero la realidad neurológica del cerebro
demuestra que casi siempre supone una pérdida de tiempo y eficiencia.
Al intentar hacer varias cosas a la
vez, el avance es más lento y se multiplican
las posibilidades de cometer errores, generándose frustración y agotamiento.
Esto sucede
especialmente cuando
se trata de tareas que implican el uso de las mismas partes del cerebro.
Por ejemplo, si intentamos leer y
escuchar a la vez, o leer y hablar, no podremos hacer eficientemente ninguna de
ambas tareas, ya que el cerebro tiene un solo circuito para el lenguaje.
En general, siempre que nos empeñamos
en realizar varias tareas a la vez, o nos enfrentamos a continuas
interrupciones, o siempre que vamos pasando de una tarea a otra dejando
inconclusa la anterior, se produce un efecto estresante que, en un momento dado,
puede llegar a hacer que nos sintamos completamente exhaustos, agotados y
desesperados, debido a la sensación de pérdida de control.
Necesitamos ir cerrando mentalmente
las cuestiones que tenemos entre manos, bien sea porque los resolvamos o bien
porque renunciemos a los objetivos que nos habíamos planteado.
Sólo así nos sentiremos en paz y
podremos pasar a ocuparnos eficazmente de los siguientes asuntos de interés.
Recordemos
lo que decía Antoine de Saint-Exupery: “El campo de la conciencia es minúsculo.
Solo acepta un problema cada vez”.
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