
Después de esta explosión, el Universo comenzó a enfriarse
y a expandirse, y la materia salió impulsada con gran energía en todas
direcciones. Los choques y un cierto desorden hicieron que la materia se
agrupara y se concentrase más en algunos lugares del espacio, y se formaron las
primeras galaxias.
Hace unos 4.600 millones de años, en una cierta zona del
espacio, como sucedía al mismo tiempo en infinidad de otras partes del
Universo, una inmensa nube de gas y polvo se contrajo a causa de la fuerza de
la gravedad y comenzó a girar a gran velocidad, formando el Sistema Solar, con
su estrella central y un conjunto de planetas, entre los que se encontraban la
Tierra.
Hace unos 3.500 millones de años las condiciones químicas
del planeta Tierra dieron lugar a un complejo caldo de cultivo que facilitó el
surgimiento de una serie de procesos enzimáticos que permitieron la
transformación de la materia inorgánica en materia orgánica.
A través de los mecanismos del azar que producían
millones de combinaciones cada día en todo el planeta, se originaron nuevas
moléculas. La mayoría de estas moléculas eran inestables y se destruían con
rapidez, pero otras eran más estables, perduraban más en el tiempo y eran
usadas en nuevos experimentos, uno tras otro, día tras día, año tras año,
milenio tras milenio.
Trillones de combinaciones después, también por puro
azar, surgieron unas moléculas capaces de autoreplicarse. Pero la
autoreplicación no siempre se producía en condiciones adecuadas. A veces se
producían errores en la replicación, de tal forma que las nuevas moléculas no
eran idénticas a sus progenitoras, y esa sutil diferencia podía representar una
ligera ventaja o desventaja con respecto a las demás moléculas, en unas
determinadas condiciones del entorno.
Millones, billones, trillones de experimentos más tarde,
surgió una molécula capaz de rodearse de una membrana, dando lugar a la primera
célula procariota. Con el tiempo llegó a haber muchas versiones diferentes de
la célula original, cada una con diferentes probabilidades de supervivencia en
diferentes entornos.
Así fue como comenzó la evolución de las especies.
Algunas células eran más capaces de sobrevivir en unos
determinados hábitats que en otros, lo cual llevó a la primera especialización
de la vida en la Tierra.
A través del proceso de la evolución, se iban produciendo
cambios en el perfil genético de una población de individuos, debido
casi siempre a la acumulación por selección natural de variaciones genéticas
ventajosas de efecto relativamente pequeño, pero que podían llevar a la
aparición de nuevas especies, a la adaptación a distintos ambientes o a
la aparición de novedades evolutivas.
En los últimos mil millones de años, organismos pluricelulares
simples, tanto plantas como animales, comenzaron a aparecer en los océanos.
Poco después del surgimiento de los primeros animales, la explosión cámbrica vio la creación de la mayoría de los
animales modernos.
Hace alrededor de 500 millones de años, las plantas y
hongos colonizaron la tierra, y fueron seguidos rápidamente por los artrópodos y
otros animales, llevando al desarrollo de los ecosistemas terrestres con los
que estamos familiarizados.
Los primeros homínidos se separaron de la línea de los
simios hace unos cuatro o cinco millones de años. Y hace unos 200.000 años
aparecieron los seres humanos modernos (Homo Sapiens), cuyo encéfalo tenía una
capacidad craneal de 1.400 centímetros cúbicos, lo que representaba un record
histórico.
Desde el punto de vista de la genética, los seres humanos
no somos muy distintos de otros primates.
Sin embargo, aunque compartimos la mayor parte de
nuestros genes con gorilas y chimpancés, las pequeñas mutaciones que dieron
lugar a nuestra especie, hicieron que fuésemos muy diferentes en el resultado
final.
Estas pequeñas mutaciones de unos pocos genes dieron
lugar a cambios muy importantes que afectaban a muchos otros genes, e inhibían
a otros, produciendo efectos en cascada que influyeron en la aparición de
características como el desarrollo del lenguaje humano, o la potenciación de
las funciones cerebrales superiores.
Estos desarrollos, generalmente asociados al crecimiento
de la corteza cerebral superior, nos han permitido adquirir la capacidad clave
para la evolución cultural, el aprendizaje, que ninguna otra especie posee en
grado parecido, originando la posibilidad de adicionar progresivamente nuevos conocimientos a la experiencia humana.
El super-poder del aprendizaje ha sido una herramienta
tan exitosa que acabó permitiendo que nos convirtamos, en apenas unos milenios,
en los reyes absolutos del planeta Tierra, verdaderos amos del universo
conocido. Todas las demás criaturas animales quedaron reducidas a mero ganado
para nuestra alimentación o mascotas para nuestra diversión.
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