Tengo que componer una canción ¿cómo lo hago?
Tengo que preparar un informe ¿por dónde empiezo?
Mi competencia me está comiendo terreno ¿qué hago para
revertir la situación?
Me he quedado encerrado en el ascensor ¿cómo salgo?
No llego a fin de mes ¿qué puedo hacer para ganar más
dinero?
No puedo pagar mis deudas ¿cómo me las arreglaré?
Estoy en el paro ¿cómo salgo de ésta?
Tendemos a pensar en la creatividad como una cualidad
valiosa para los novelistas, los compositores, los directores de cine, o las
personas que trabajan de los departamentos de innovación e I+D de las empresas.
Pero en realidad es una herramienta que todos necesitamos
para nuestra supervivencia en el día a día personal y profesional.
Las personas nos enfrentamos continuamente a problemas que
debemos resolver.
Sabemos que nuestro cerebro es el cofre donde seguramente
se oculta la llave maestra del tesoro que podría ayudarnos a solucionar todos
estos problemas.
Allí dentro están, sin duda, todas las posibles
soluciones que existen.
¿Pero cómo sacudir ese árbol para que caigan las frutas
maduras, que son las soluciones creativas que nos ayudarán a resolver nuestros
problemas?
Veamos cuáles son las cualidades que distinguen la
capacidad para desarrollar un pensamiento divergente que puede ayudarnos a solucionar
los problemas a los que nos enfrentamos:
Romper los esquemas
Desde el momento en que nacemos, y a medida que crecemos,
todas las personas vamos construyendo gradualmente un conjunto de esquemas,
creencias o modelos mentales, que nos permiten realizar simplificaciones de la
realidad.
Estos modelos mentales van tomando forma mediante la
educación que recibimos, lo que aprendemos, lo que nos cuentan, lo que
observamos y vivimos.
De este modo aprendemos cómo debemos comportarnos, cómo
debemos interpretar el mundo, lo que debemos o no debemos hacer, creer y
querer.
Los esquemas mentales son necesarios para organizar y
simplificar el conocimiento del mundo que nos rodea y de esta forma tener una
visión coherente del mundo y de nosotros mismos.
Pero al mismo tiempo, estos esquemas pueden llegar a
actuar como barreras que nos impiden progresar, porque pensamos que sólo existe
una solución posible a los problemas o que es imposible conseguir determinadas
metas.
Eso nos conduce buscar las soluciones a nuestros
problemas discurriendo siempre por los mismos derroteros conocidos, aunque no
sean los más eficientes, frente a otros posibles senderos ignotos, inciertos o
que ni siquiera nos atrevemos a vislumbrar.
La línea de actuación psicológicamente más segura es
aferrarse a las situaciones creadas y a las convenciones comúnmente aceptadas,
mientras que tratar de romperlas o superarlas nos expone a sentimientos de
ansiedad ante lo desconocido.
Sin embargo, cuando las soluciones conocidas no
funcionan, necesitamos recurrir a fórmulas de pensamiento divergente, que nos
permitan generar ideas nuevas y creativas mediante una reestructuración
inteligente de los datos ya existentes en nuestra mente.
Romper los esquemas significa estar dispuestos a asumir
riesgos, a salirse de las vías, a adentrarse por territorios desconocidos, a tolerar la
incertidumbre, a resistir la insolubilidad de un problema sin dejar de trabajar intensamente
en él, a aguantar situaciones poco estructuradas en las que las cosas no están
claras, los roles no están bien definidos o hay algún tipo de ambigüedad e
indefinición.
El pensamiento divergente requiere flexibilidad y
apertura, perspicacia, sagacidad e ingenio, para superar el efecto
restrictivo derivado de la rigidez de nuestros modelos mentales actuales.
La audacia mental
La audacia mental significa pensar por sí mismo y estar
dispuesto a cuestionarlo todo, aunque eso suponga romper las reglas y desafiar
las convenciones sociales comúnmente aceptadas.
Debido a condicionamientos atávicos de origen instintivo,
que son reforzados durante los procesos de la educación y culturización, las
personas tendemos a someternos a ciertos resortes mentales heurísticos que nos
llevan a aceptar sin más determinas asunciones.
En especial, tendemos a someternos a los principios de la
autoridad y del consenso social.
La autoridad puede estar representada tanto por la
jerarquía de nuestra organización, o por la autoridad pública, como también
por aquellos que son considerados “expertos” en un determinado campo de
actividad.
Este resorte automático que nos empuja a confiar en el criterio emitido por una autoridad, hace que a veces incluso les sigamos cuando no son tales y sólo exhiben algunos de los signos
externos que les caracterizan, como una bata blanca o un uniforme de algún
tipo.
Por eso, las empresas a menudo utilizan para sus
campañas publicitarias a actores que protagonizan a médicos u otros
profesionales en series televisivas, simplemente porque han comprobado que las
personas tienden a seguir sus recomendaciones por la simple asociación con la
profesión que interpretan en sus series.
Cuando nos sometemos a los dictados de la autoridad pública o que han sido emitidas por una
persona de estatus superior, o por un experto, tendemos a
aceptar sus prescripciones de forma incondicional, sin cuestionarnos la validez
de las mismas.
Cuestionar los dictados de la autoridad no significa
necesariamente oponerse a ellos, sino simplemente negarse a concederles el don
de la infalibilidad, y buscar información y explicaciones que nos permitan
valorar si existe otra forma diferente y mejor de hacer las cosas.
Por supuesto las
personas revestidas de autoridad por su condición jerárquica
o de expertos, suelen
tener conocimientos y experiencia que les convierten en una valiosa fuente de
información, pero seguir sus
dictados de forma incondicional constituye una seria barrera
para la creatividad y el pensamiento divergente.
No es sólo que los expertos puedan equivocarse lo cual, aunque es obvio,
a menudo se pasa por alto, sino que además los expertos pueden cambiar de
opinión cuando las circunstancias varían
o cuando obtienen nueva información que les indica que estaban equivocados, mientras que las personas que han seguido sus dictados quizás sólo
conozcan la opinión que fue originalmente difundida, pero no los posibles
cambios que vaya experimentando la opinión emitida por el experto.
La audacia mental implica también la capacidad de
resistirse al principio del consenso social, que nos empuja a
imitar de forma automática la conducta de quienes nos rodean.
El principio del consenso social es probablemente el más poderoso
principio que rige la conducta humana y determina que,
en general, cuantas más personas hacen algo,
especialmente si dichas personas se parecen a nosotros y por tanto nos sirven
de referente, tanto más probable es que las imitemos.
Las investigaciones en el campo de la psicología social
han demostrado además que el mecanismo del consenso social no es sólo el factor de influencia más notable de nuestra conducta, sino que al mismo tiempo es el que más
nos empeñamos en negar.
Es decir, las personas somos básicamente ciegas al hecho de que nuestra
conducta está condicionada de un modo casi abrumador por lo que hacen las demás
personas que nos rodean y, en general,
somos incapaces de comprender que estamos tomando nuestras decisiones bajo el influjo de este resorte
automático.
Por supuesto, la mayoría de las veces tendremos más probabilidades de acertar si hacemos lo que hacen los demás
que si hacemos lo contrario –por eso se ha desarrollado
este principio instintivo-. Pero al mismo tiempo, el sometimiento incondicional
a este resorte mental que nos lleva a imitar y reproducir los modelos y normas
socialmente preestablecidos, es uno de los factores limitantes que más pueden
impedir que desarrollemos un pensamiento divergente capaz de generar soluciones diferentes e innovadoras a problemas donde las viejas recetas ya no
funcionan.
Acercar
y alejar el foco
La creatividad requiere ser capaz de combinar
adecuadamente dos habilidades aparentemente contrapuestas: sumergirse
profundamente en los detalles para entender los sutiles matices de la cuestión
que se trate, y volar alto para ver cómo los detalles encajan en la visión
global y poder descubrir conexiones entre elementos aparentemente
desconectados.
Cuando intentamos resolver un problema, necesitamos
primero llevar a cabo una fase de inmersión, documentándonos y buscando toda la
información relevante que pueda servirnos para entender los diferentes aspectos
implicados en el mismo.
La mayoría de las personas tiende a quedarse sólo en esta
primera fase. Recopilan todos los datos del problema, analizan todos sus
aspectos, estudian todos sus detalles… y acaban llegando a las mismas soluciones
ya conocidas que existían.
Esta forma de actuar puede servir para introducir
pequeñas mejoras en los procesos existentes, pero no sirve para generar grandes
innovaciones disruptivas.
Para conseguirlo se necesita alejar el foco.
Advertir lo inadvertido requiere tener una visión
periférica, adoptar una perspectiva amplia que permita ver patrones ocultos y
establecer conexiones nuevas entre elementos aparentemente desconectados,
enfocando la solución al problema desde una mirada diferente a la realidad.
A menudo esto implica ser capaz de reunir ideas en
apariencia inconexas para formar combinaciones sorprendentes, capturar lo que
parecen asociaciones fugaces entre ideas y conocimientos, mezclando y
combinando conceptos radicalmente diferentes. Al hacerlo, pueden producirse
ideas aparentemente extravagantes que, sin embargo, pueden ser catalizadoras de
innovaciones disruptivas.
Casi siempre, este proceso se produce a través del
trabajo del cerebro inconsciente, pues la lucidez y la fecundidad creativa son estados de la mente que escapan al
control consciente y deliberado de la voluntad.
Cuando nuestra mente se encuentra “peleando” con la
solución de un determinado problema, el cerebro sigue trabajando en la solución
del mismo de manera inconsciente, aunque no nos demos cuenta, realizando
conexiones y estableciendo relaciones relevantes.
Como resultado, a menudo el cerebro es
capaz de recuperar los diferentes componentes del problema reordenando la
información que ya tenía, haciendo visibles asociaciones que hasta entonces
habían estado ocultas, reconociendo los patrones
existentes en el propio cerebro.
Entonces, de forma súbita, el árbol de la mente deja caer
las frutas maduras de las ideas innovadoras y en ese momento tomamos conciencia
de la solución que mejor se adecúa al problema.
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