Podríamos fijar en el año 1995 el
comienzo de una de las mayores locuras financieras vividas durante las últimas
décadas: el principio del boom de Internet.
Fue una época en la que empresas que
no tenían ningún tipo de activos y que no obtenían ninguna ganancia, podían
llegar a valer, en pocos meses, miles de millones de dólares.
En el camino, empresarios, promotores e inversores, podían hacerse ricos de la noche a la
mañana.
Las nuevas empresas demandaban
informáticos, ingenieros y personas con preparación técnica, en una proporción
muy superior a la oferta existente en el mercado.
Eso las obligó a recurrir a todo tipo
de incentivos para conseguir reclutar a nuevos empleados.
Se les ofrecían condiciones de trabajo
inmejorables, incluyendo saunas y sesiones de masaje, para que los empleados
pudieran disfrutarlas a lo largo de la jornada de trabajo.
Se les pagaban sueldos exorbitantes.
Se les incentivaba pagándoles viviendas
y coches de lujo.
Todo esto no era suficiente, y
algunas empresas llevaron a cabo grandes campañas publicitarias con el objetivo, no de atraer negocios, sino de reclutar empleados.
La consultora MarchFirst.com, por
ejemplo, se gastó nada menos que 50 millones de dólares, en Junio del 2000,
en una campaña publicitaria para reclutar empleados.
Entonces todavía no sabía que apenas
un año después anunciaría el despido de 2100 de sus empleados.
Mucha gente dejaba su puesto de
trabajo para abrir una puntocom, pues en realidad no tenían demasiado que perder.
Generalmente, para ser empresario hay
que arriesgar el dinero propio.
Pero ahora muchos de los nuevos
empresarios sólo debían asumir un compromiso económico pequeño, o incluso nulo.
Esto se debía a que había una
multitud de inversores dispuestos a financiar las ideas ajenas que tuviesen
algo que ver con Internet, por disparatadas que fueran.
Normalmente, ni siquiera había que
demostrar que las nuevas empresas serían capaces de generar ingresos a corto
plazo.
El valor de las empresas de la
llamada “nueva economía”, no dejaba de crecer exponencialmente en Bolsa.
Y a veces parecía que cuanto más
pérdidas anunciasen en sus cuentas de resultados, tanto más subían sus acciones
en el mercado.
No en vano, la empresa Buy.com lanzó en
sus folletos de salida a Bolsa, uno de los modelos de negocios más elegantes de
la historia.
Estos folletos rezaban:
"Vendemos una gran parte de nuestros productos a precios realmente muy
bajos. Como resultado obtenemos muy escasos y a veces negativos márgenes de
venta".
Ni siquiera las empresas más grandes,
serias y consolidadas del mercado, dirigidas por sesudos ejecutivos con muchos
años de experiencia y una impresionante lista de masters y titulaciones de
posgrado en sus currículos, pudieron resistirse a la fiebre de Internet.
Casi todas ellas acabaron lanzándose
a una carrera desbocada para comprar todas las empresas.com que pudieran,
pagando casi siempre precios absurdos.
Era una locura competitiva en la que existía
la idea generalizada de que había que comprar la mayor cantidad de empresas de
la economía virtual, lo antes posible.
Si no lo hacías, probablemente no
iban a estar allí mañana, porque algún otro competidor se habría anticipado.
Una de las características de las
puntocom era el gasto desmesurado en publicidad.
Una incubadora de Internet se gastó
seis millones de dólares por un anuncio de medio minuto en la Super Bowl.
Unos pocos meses después, se declaró
en quiebra.
Otra compañía decidió pagar a los
internautas por recibir publicidad mientras navegaban por Internet.
Esperaba lograr 30.000 suscriptores.
Pero obtuvo dos millones en los
cuatro primeros meses.
Eso le supuso tener que pagar 40
millones de dólares.
Como la empresa no tenía ganancias,
el éxito de su campaña agotó las reservas financieras aportadas por los
inversores.
La empresa tuvo que declararse en
quiebra.
Otra empresa, llamada Iuma.com
decidió ofrecer una recompensa de 5.000 dólares a todos los padres que pusiesen
a sus bebés recién nacidos el nombre de Iuma.
Cada día, la empresa anunciaba en su
página web las felicitaciones para los hermosos niños que habían ganado este
premio – niños a quienes tal vez les aguardaba una vida escolar de burlas, un tanto
complicada.
La fiebre de Internet parecía que
nunca concluiría, y que las afortunadas personas que habían tenido la
clarividencia de unirse a ella vivirían felices para siempre.
En lugares como Silicon Valley, los
BMW, Audis y Mercedes se despachaban como rosquillas.
Las ventas de casas de lujo
registraban aumentos sin precedentes.
Y cada semana se celebraban 20 o 30
fiestas, que a menudo podían llegar a costar hasta 200.000 dólares.
Luego de repente, a partir de octubre
de 2000, la tendencia del mercado cambió bruscamente.
Y entonces la euforia se trocó en
pánico.
Sucedió como en la vieja historia del
rey a quien unos charlatanes habían vendido un traje que era invisible para
cualquier persona estúpida.
Por supuesto, el traje no existía,
pero nadie, y menos aún el rey, se atrevía a admitir que no lo veía, por temor
a parecer estúpido.
Un día, cuando toda la gente del
pueblo alababa enfáticamente el traje, temerosos de que sus vecinos se dieran
cuenta de que no podían verlo, un niño dijo: “Pero si va desnudo”.
Entonces la gente empezó a cuchichear
la frase hasta que toda la multitud gritó que el emperador iba desnudo.
Aquí también, alguien había gritado
que la fiebre de Internet era un bluff.
Y de repente pareció que todo el
mundo cayó al mismo tiempo en la cuenta de que, tal vez, aquello había ido
demasiado lejos.
Comenzó el desplome meteórico del
mercado.
En menos de un año, la mitad de las
puntocom que existían habían cerrado.
Y las empresas tecnológicas que
quedaron perdieron, de media, un 90% de su cotización.
Se produjeron despidos masivos.
Muchos de los antiguos empleados de
las empresas de Internet tuvieron que conformarse con sueldos diez o veinte
veces más bajos de los que disfrutaban antes.
No pocos tuvieron que volver a trabajar
en las empresas del “mundo real”, quizás como dependientes en grandes
superficies, o camareros en cadenas de comida rápida.
En realidad, la historia del boom y
la caída de las empresas de Internet no es un hecho aislado en la historia
financiera y empresarial del mundo.
A lo largo de la historia se han
registrado periódicos y muy conocidos episodios de fiebres y de pánicos.
La repentina y dramática afluencia de
órdenes de compra de algún tipo de activo, hace que su precio se dispare hasta
cotas exorbitantes.
Pero tarde o temprano llega el pánico
que desploma el precio de estos mismos activos hasta que no valen casi nada.
Y a menudo una cosa sucede a la otra,
auge y caída, sin solución de continuidad.
Casi siempre estos movimientos
extremos de precios tienen su origen en el contagio producido por algún tipo de
factor desencadenante que hace que las personas compren o vendan simplemente
porque otras lo hacen.
Y cuanto más gente quiere comprar,
más sube el precio del activo que se trate.
Eso hace que todavía más gente se una
a la fiebre compradora.
Como más tarde lo hará a la fiebre
vendedora.
Paradójicamente, Internet acabaría
demostrando con el tiempo que no era un bluff, sino una nueva realidad social, económica
y empresarial, que iba a cambiarlo todo.
Pero eso sólo acabaría
apreciándose con claridad a lo largo de la década siguiente.
Mientras tanto, los mercados se vieron arrastrados por fenómenos de contagio irracional que no pueden explicarse por la propagación estándar de los movimientos reales de los productos.
Mientras tanto, los mercados se vieron arrastrados por fenómenos de contagio irracional que no pueden explicarse por la propagación estándar de los movimientos reales de los productos.
Movimientos carentes de lógica
económica, basados en la conjunción de dos poderosos principios del comportamiento instintivo humano. El principio del consenso social, que establece que la conducta humana viene en buena parte determinada por la influencia de los demás, y el principio de la escasez, que nos induce a comportarnos de forma casi alocada para ser los primeros y más rápidos en adquirir un producto que pensamos que es al mismo tiempo escaso y deseado por los demás.
Como dijo Cavett Roberts: “El 95% de las
personas son imitadoras, y sólo el 5% iniciadoras, por lo que las personas son
persuadidas en mayor medida por las acciones de otros que por cualquier prueba
que se les pueda ofrecer”.
Me acuerdo muy bien de esta época: fuí echada de una empresa (ligada al poder establecido) sin contemplaciones, por no arrodillarme y decir que elrey va desnudo...). A continuación el Ayuntamiento que contrataba a esta empresa hizo lo mismo (porque yo resultaba "peligrosa"). A la vez mi colegio profesional premiaba mi trabajo.Mi vida en esa ciudad se hizo imposible; tenían poder para hacer que no me contratara nadie... pasé de ser un referente a ser una defenestrada social...Puf, qué mal. Tuve que empezar de nuevo... Aggg se me eriza la piel...!!!
ResponderEliminarAhora me alegro de mi vida incluso en estos duros momentos. Aprendí mucho. Me sentí aislada y triste y fracasada (no en el sentido "español" de fracaso por supuesto)